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Mostrando entradas de 2013

Petición para el nuevo año

"Por un mundo donde seamos socialmente iguales,   humanamente diferentes y totalmente libres" (Rosa Luxemburgo) Este año que cierra la puerta, ha sido el año de las carreteras y las calles. También ha sido el tiempo del GPS del móvil (¡Loada sea la tecnología! ¿Qué sería de mí sin ella?). Una voz femenina me guiaba por rutas desconocidas. En algunas ocasiones erraba y giraba mil veces en la misma rotonda, pero la mayoría de las veces llegaba a mi destino: un colegio o un instituto. No todas las visitas fueron gratas aunque ninguna estuvo exenta de aprendizaje , ni siquiera el territorio más hostil. Este año he pisado centros en los que se palpaba el cariño desde la verja de entrada, desde el timbre del telefonillo. Hay colegios en los que sonrientes conserjes te daban la bienvenida y ya presentías el empeño por la educación. No tiene ninguna relación con el tamaño, el estado del edificio o el entorno. Son las personas que allí trabajan quienes realizan el m

Pestiños al estilo Proust

Lo hueles... Y un aroma de especias sube por tus fosas nasales. Reminiscencias de historias antiguas reviven el aire. El picón del brasero quemándose deja un humo espeso. Las aceitunas machacadas y aliñadas con orégano pugnan por saltar desde un cántaro. El lomo en manteca aguarda en un barreño. Las paredes de tierra rezuman humedad. En la casa que antes fue chozo flota un olor a alhucema tostándose en las brasas. El lebrillo de barro rebosa de una masa que ha sobrevivido a un combate de puños. Manos grandes y pequeñas se han empeñado en domarla durante horas. Exprimir, calentar, freír, tostar, moler, verter, mezclar, amasar, freír, enmelar. Agrio. Dulce. Picante. Salado. Amargo. Dulce. Dulce. Dulce,...Todos los sabores se mezclan en tu boca, se desmoronan en tu paladar, ocupan tu garganta. Un gustillo a niñez, barro, charcos y ladrillos calientes bajo las mantas. El camión de la basura tirado por un burro mientras el basurero canta anunciando la lluvia. Te acurrucas bajo u

Chirbes

Si para Balzac“la novela es la vida privada de las naciones”, leer a Rafael Chirbes constituye un ejercicio de dolorosa introspección colectiva. Nos enfrenta el autor ante un retrato desgarrador e inmisericorde de nuestra realidad, sin pausas, sin treguas, hasta la asfixia: “ Hija mía, le dice a Silvia, un genio contemporáneo es el que le da de comer todos los meses a la familia con el sueldo base. Los peruanos los ecuatorianos los  ucranianos polacos o marroquíes que recorren tres cuatro diez mil kilómetros atraviesan el desierto cruzan el océano pasan hambre y sed se juegan a los chinos, o a pares o nones, a quién se comen en la patera, y consiguen llegar hasta aquí y se suben a un andamio o se meten a sesenta grados bajo los plásticos de un invernadero de Almería, y comen ellos y les envían la mitad del sueldo a los hijos señora cuñados hermanos suegra padres que tienen allí” (Crematorio). Chirbes duele porque muestra la sociedad que aparece ante sus ojos y la presenta tal c

La bicicleta verde

En el país donde a las mujeres se les prohibe conducir, Wadjda desea una bicicleta verde. Con la bicicleta sentirá el viento rozar el rostro y el cabello se escapará del abaya. Aupada a la bicicleta retará a su amigo a una carrera que la liberará. - Las bicicletas son peligrosas para las niñas. ¿Te crees que eres un niño? , le recrimina su madre. Los ojos de Wadjda nos alejan de cualquier atisbo de tristeza en un mundo de mujeres solas, invisibles, silenciosas, ocultas a la mirada de los hombres. - La voz de una mujer es su desnudez , reitera la directora del colegio. Las niñas, ataviadas con el abaya negro, no pueden escapar de la culpa y la vergüenza que las atrapa en un laberinto de religión y tabúes. - Si tenéis el periodo no podéis tocar el Corán , dice la maestra. Y las niñas no pueden contener la risa nerviosa. La rebeldía de Wadjda la salva del entorno asfixiante en que se viven su madre y ella, de la ausencia del padre, de ese árbol genealógico en el que solo ap

Nos faltan

Los lunes por la mañana, el metro de Sevilla huele a puchero. También a albóndigas en salsa, lentejas con chorizo y croquetas caseras de pollo. Las maletas en el suelo de los vagones los delatan. Vienen cargadas de fiambreras que las madres fueron llenando durante el fin de semana. La muchacha de larga melena ondulada subía en la estación del Prado de San Sebastián. Parloteaba sin tregua con su compañera en su afán por hacerla partícipe de las novedades del fin de semana. Movía las manos para dar más énfasis a un discurso enhebrado con el ceceo propio de la Sierra Sur. Entre el gentío del vagón, yo me quedaba perpleja ante su oratoria y la imaginaba en un estrado defendiendo sus argumentos con valentía. Los muchachos que se sentaban juntos venían del mismo pueblo. Se apeaban siempre en San Bernardo. Tal vez estudiaban magisterio o psicología, quizás económicas o derecho. Sus apuntes estaban subrayados con rotuladores de colores vivos: amarillos, rosas, naranjas, azules,... Se p

Imagen y señas

Aquella imagen me atrapó al instante. Mi asombro era tal que tardé un tiempo en reaccionar, como un boxeador noqueado. Durante los días que siguieron me mantuvo en vilo. Cuando pasaba cerca de la mesa del salón no podía evitar echar una ojeada al libro donde aparecía la foto. Los rostros de las dos mujeres me resultaban familiares. Aunque no lograba recordar sus nombres sabía con seguridad que las había conocido siendo adultas. En la imagen aparentaban unos veinte años y sonreían a la cámara a un lado de la foto. Iban ataviadas con sus mejores ropas: una falda de tubo, blusa blanca, vestido estampado,...Una de ellas, la más pequeña, incluso osaba llevar unas gafas de sol en la mano. Eran dos amigas que paseaban cogidas del brazo una tarde de domingo de finales de agosto o principios de septiembre. Se podía adivinar por las sombras, por el cielo cubierto de nubes y porque las mujeres se arreglaban solo en días muy señalados. Posaban como turistas, con sus labios pintados,...

El final del verano

Estos días en que el calor ha concedido una tregua, las mañanas de agosto olían como las de antaño. La brisa fresca alentaba al paseo temprano sin la ayuda del sombrero. Incluso era posible aventurarse a caminar por la acera soleada. Estas mañanas con aroma a higos y jazmín, traían cierto regusto a sal en el aire, tal vez la promesa de un mar desconocido e inalcanzable. Las mañanas en el pueblo pertenecen a las mujeres: desayunos en las terrazas de las cafeterías -lejanos los tiempos en que les era vedada la entrada-, bromas en la pescadería, confidencias en la frutería... La frutera se acoda en el mostrador mientras relata un viaje a Praga en invierno y describe el puente de Karlos cubierto de nieve. La clientela la escucha con atención, sin prisas, como si la conversación de la frutera fuera el acto más significativo de la jornada. Esta última semana de agosto, que sonreía como las de antaño y venía aliñada de tormentas vespertinas,  traía viejos recuerd

Una semana en París

"Il y a longtemps que je t'aime, jamais je ne t'oublierai" (À la claire fontaine, chanson populaire française) Puede parecer una osadía escribir sobre París, la ciudad más cantada, filmada, pintada y descrita del mundo. Desde Dickens a Hemingway, se dedicaron a loar las maravillas de la capital de Francia. Y yo, al fin y al cabo, durante una semana solo he sido una más de los millones de turistas que fotografían la Torre Eiffel cada año. Nada más lejos de mi intención hablar sobre monumentos o rutas de viaje, tan solo pretendo plasmar algunas de mis impresiones como turista veraniega. El aprendizaje de los idiomas trae aparejado el conocimiento de la cultura. Desde que comencé a estudiar francés en la muy lejana EGB, los textos y los diálogos se desarrollaban en torno a los lugares más significativos de París: La Tour Eiffel, la Place Vendome, la de La Concorde, les bateaux mouche, Le Marché aux Puces,... Se convirtieron todos ellos en espacios familiares

Lo que mueve el mundo

Apenas había leído un par de páginas de la novela de Kirmen Uribe cuando tuve que cerrar el libro. Mi cabeza se había poblado de exabruptos. A punto estuve de tuitear mis pensamientos. Por suerte me contuve. En cambio, imaginé que paseaba por Bilbao y me topaba con el escritor. Lo abrazaba, lo invitaba a una caña y exclamaba emocionada: -"Joder, Kirmen, qué bien escribes". Porque lo primero que te sorprende cuando comienzas la lectura de “Lo que mueve el mundo” es la sencillez, la claridad de la prosa del escritor vasco. Solo los muy grandes son capaces de transmitir emociones sin abusar de los recursos estilísticos y Uribe lo consigue con creces. A medida que avanzas tienes la sensación de tirar de un hilo que se inicia con el exilio de la pequeña Karmentxu desde Bilbao hasta Gante para huir de la guerra, nos lleva hasta el poeta Robert Mussche que la acogió, su hija Carmen, su amigo Herman, el amor y el compromiso. El hilo narrativo acaba donde empieza, en el mism

LIBRO DE VERANO

Necesito un libro. Sería preferible una novela muy larga, larguísima, de no menos de ochocientas páginas. También aceptaría una saga con personajes que me acompañen durante meses. El verano es una estación ingrata si no tienes un buen libro a mano. Necesito un libro absorbente, que me obligue a permanecer agarrada a él, como si se tratara de la tabla de un náufrago. Los seres insomnes de siesta, de aires acondicionados y estómagos aturdidos solo precisamos de un buen argumento para sobrevivir. Necesito un libro para huir. Prometo no leer las portadas de los periódicos ni oír a comentaristas desgañitados. No quiero saber nada de ministros transmutados en orcos ni ministras apelando a la Virgen del Rocío. Por eso, no me sirve cualquier libro. Necesito un libro que sea una obra de arte, un cuadro de Velázquez, una catedral gótica, una pirámide o la muralla china. Una novela extensa e intensa, por donde deambulen personajes creíbles e increíbles, escenarios amables, tramas i

Carta de verano

A Amelia Esta tarde de junio en la que la brisa se pasea apacible ahuyentando el calor, antes de que el verano se instale con su dominio de fuego, retomo con sosiego la carta que envías. Tiene mucho mérito, amiga, haber guardado mis misivas durante tres décadas. Pienso en las cajas que las cobijaron, en los sobres que las albergaron y en las mudanzas que sufrieron sin que alteraran tu apego a estos folios emborronados en tinta. En el verano del 82 todo era aún posible. A lo largo de los cuatro folios que has escaneado aparece una caligrafía redonda, pequeña y cuidada de quien conserva resquicios de la infancia. La sencillez de mi prosa me provoca el sonrojo que no causan los temas. Tus temas, me dices, amiga: la política, la igualdad, la poesía,... Y los amores, los chicos, la amistad. En el verano del 82 trabajaba por el día y estudiaba por la noche las asignaturas que mi mala cabeza había suspendido en ese afán por perseguir los problemas y capturar la vida. Esos ver

LIBRE Y GRATUITO

-¿Dónde estará?, me pregunto. La imagen se muestra nítida en mi mente: el fondo violeta, las letras blancas en cursiva, el cuadrado perfecto. Me agacho bajo la mesa de estudio de A. -Mira en esa estantería, A. ¿No ves una máquina de escribir? Mi hija mayor se impacienta. Está haciendo problemas de genética con una compañera por Skype mientras busco una vieja Olivetti negra. M entra en la habitación y señala encima del armario. Aparecen dos máquinas de escribir, una blanca y otra negra. Cuando sostiene la Olivetti, una leve nube de polvo se extiende por el dormitorio. Pienso en A, en la genética, en las herencias maternas en forma de alergias, en los miles de millones de ácaros pululando por su dormitorio mientras comparte dudas por Skype. C me grita desde el salón: -¡No encuentro la cámara de fotos! Reniego y maldigo de esta casa en la que nunca encuentras lo que necesitas. -Pues trae mi móvil, contesto. Mis hijas no entienden que quiera hacer una foto a una v

Rodari enredado

Juanita Pierdedías, esa gran viajera, añoraba  las amistades que iba haciendo en cada viaje, así que abrió un perfil de facebook donde colgaba fotos y relataba sus aventuras en el País sin punta y el País con el des delante. Invitó a Jaime de Cristal, la tía Apolonia, Caperucita Amarilla y Juan el Despistado. Gracias a su página, la tía Apolonia comercializaba sus mermeladas y colgaba vídeos de las recetas en su canal de Youtube. Su popularidad creció y creció al ritmo de los “Me gusta”, de tal manera que la contrataron para un programa de televisión y una columna de cocina en un periódico de difusión nacional. Juanita Pierdedías reía con las ocurrencias de Caperucita Amarilla, que subía a su muro imágines en posturas inverosímiles, ataviada de negro, de azul e incluso de rojo. Tenía mucho éxito en el bosque y rápidamente cambió su foto de perfil para aparecer acompañada por el lobo, que le fisgoneaba cada amigo y quería pertenecer a todos los grupos en que comentaba Caperucita.

Defensa de la poesía

” Conbidar le ien de grado, mas ninguno non osava” -Mamá, ayúdame, por favor, que no entiendo el castellano antiguo. -Coge el glosario y lo leeremos juntas. Verás cómo te va a gustar el Mío Cid. La madre intenta explicar la escena. El guerrero duro como el acero, triste, cansado, cubierto de polvo, sediento. La ciudad silenciosa, las puertas cerradas, el miedo que se palpa en Burgos. “ que perdiere los averes e más los ojos de la cara” Aparece una niña de nueve años. Nueve años. Pequeña, tierna, ingenua niña de nueve años que habla al guerrero erguido sobre el caballo. “ Esto la niña dixo e tornós pora su casa” Muchos años atrás, en la escuela de magisterio, algunos de sus compañeros canturreaban la entrada del Cid en Burgos. A ritmo de un compás flamenco acompañaban los versos con palmas: “ De los sos ojos tan fuertemente llorando, tornava la cabeça i estávalos catando.” -Ya voy entendiendo. Creo que puedo continuar sola. La madre se lamenta de no poder transmi

La vida en serio

Tienes 14 años y nunca has visto el mar. El autobús, que arrancó antes de que clareara el día, se acerca a la costa. Lo sabes porque el aire fresco que entra por las ventanillas llega cargado de sal. La noche anterior apenas conciliaste el sueño por los nervios del viaje. Nunca has viajado tan lejos. En la televisión en blanco y negro no se distingue el color del mar. Por más que hayas recorrido los océanos con Verne y Salgari, no podrías describir la sensación del agua salada rozando tu piel. Los bocadillos, la tortilla de patatas y los refrescos aguardan en la nevera portátil pero a ti solo te interesa observar. En la bolsa guardas un libro de poesía. Quizás Machado, tal vez Neruda aunque lo más probable es que sea una antología de Miguel Hernández de la editorial Cátedra. En el verano del 77 todo acaba de comenzar: las primeras elecciones, las colas frente a las urnas, el primer viaje fin de curso, libertad sin ira libertad,… Tú no has visto el mar, tampoco sabes nadar. Al

Día de tregua

Hoy es un día de transición, una jornada en la que tomar aliento después de varios días sin disponer de un instante. Hoy es un día de quietud antes de sumergirme en una nueva vorágine que me impedirá estar a solas. Siento la necesidad urgente de acercarme a mí misma, como si mi auténtico yo se alojara en un hilo invisible cercano a mi columna, un hilo que me reconforta. La mañana, que amaneció limpia, se fue cubriendo de nubes espesas. La maleta deshecha reclamaba su tributo de coladas, detergentes, suavizantes y vapores de plancha. Pero el cielo desoyó los ruegos de mi sucio equipaje y derramó una tormenta sobre las blusas y los pantalones que se oreaban en el tendedero del patio. Comenzó a llover mientras tomaba el aperitivo, a esa hora en que los niños y las niñas suelen salir del colegio y las madres se apuran en protegerlos con paraguas e impermeables. Ayer, mientras la meseta galopaba, verde y húmeda, por la ventanilla del tren, acabé “Hablar solos” la última novela de A