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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Dolor del niño triste

Un niño triste al final de la clase. Un niño enclenque, solitario, silencioso, con el pelo sucio y el chándal barato muy gastado. A veces se sentaba solo, no porque él lo hubiera elegido, sino porque su tutora así lo decidía: no había hecho los derechos, olvidó el material, suspendió un examen... A la maestra le consumía la rabia, pues solo veía un niño triste y solo, una madre pobre y superada por las circunstancias. Un niño triste rodeado de uniformes, de camisetas de marca y móviles de última generación. La maestra se hacía la olvidadiza si no llevaba el libro o no tenía hecha la tarea. Le alababa su aptitud para el idioma, su pronunciación casi perfecta sin academias ni clases extraescolares. ¡Era tan poco lo que podía hacer para aliviar su tristeza! Hoy lo ha encontrado en la calle, junto a la biblioteca, cargando a la espalda su pesada mochila. El niño, tan pequeño, ahora estudia en el instituto. -¿Vas a la biblioteca a estudiar? -A hacer los deberes, ha respondid

Gimnasio para mujeres

He de confesar que acudo a un gimnasio solo para mujeres. Me auto-inculpo de este pecado nada venial, pues aborrezco de todo espacio capaz de excluir a cualquier persona. Sirva como atenuante que el gimnasio está justo al lado de mi casa y la fachada está pintada en tonos rosas y violetas, por lo que resulta difícil no caer en la tentación. Lo visité poco después de su apertura. La gerente, rubia con mechas, talla 36, tacones de 10 centímetros y blusa de leopardo, me recibió con un peso, una cinta métrica y la más hipócrita de sus sonrisas. - ¡Quieta! , le advertí. A mí no me mide ni Dios y para decirme que pierda peso debes tener, por lo menos, un grado en medicina . Escapé como si me hubiera topado con Freddy Krueger y no regresé hasta un año más tarde, cuando me había recuperado de la primera impresión. La gerente seguía allí, encaramada en sus taconazos, pero esta vez le puse bien claras mis condiciones y me matriculé. Hice de tripas corazón para no mirar la almibar

Razones y confianzas

Razones Instalada en una edad indefinida, entre los 50 y los 60 años, a pesar de los kilos y los años que no perdonan, aún conserva unos ojos bellos aunque tristísimos. Llega por enésima vez para preguntar si hay alguna posibilidad de una sustitución, una baja por enfermedad, unos días de trabajo... Pero no hay nada, ni un atisbo de esperanza para ella. Ojalá pudiera ir a la huelga, asegura, porque ella nunca ha dejado de movilizarse y aunque esté desempleada no se quedará en casa el 14 de noviembre. Porque si se detiene se cae. Y ella, con sus ojos tristes, prefiere seguir caminando, repartir comida en el barrio, crear grupos de ayuda mutua, escuchar a otras personas. Porque si mira alrededor no piensa en sí misma, no tiene tiempo para caer en la desesperación. Confianzas Al regresar a casa, con los ojos de ella prendidos en mi mente, enciendo el ordenador y me conecto al bendito twitter que me acerca este poema de Juan Gelman: “ se sienta a la mesa y escribe &