Juanita
Pierdedías, esa gran viajera, añoraba las amistades que iba
haciendo en cada viaje, así que abrió un perfil de facebook donde
colgaba fotos y relataba sus aventuras en el País sin punta y el
País con el des delante. Invitó a Jaime de Cristal, la tía
Apolonia, Caperucita Amarilla y Juan el Despistado.
Gracias
a su página, la tía Apolonia comercializaba sus mermeladas y
colgaba vídeos de las recetas en su canal de Youtube. Su popularidad
creció y creció al ritmo de los “Me gusta”, de tal manera que
la contrataron para un programa de televisión y una columna de
cocina en un periódico de difusión nacional.
Juanita
Pierdedías reía con las ocurrencias de Caperucita Amarilla, que
subía a su muro imágines en posturas inverosímiles, ataviada de
negro, de azul e incluso de rojo. Tenía mucho éxito en el bosque y
rápidamente cambió su foto de perfil para aparecer acompañada por
el lobo, que le fisgoneaba cada amigo y quería pertenecer a todos
los grupos en que comentaba Caperucita.
-Pero
Caperucita, ¿por qué te muestras ante el mundo con ese
impresentable? No necesitas estar acompañada de alguien para ser
persona. Además, quiere controlar tu vida virtual, le explicó
Juanita Pierdedías a su amiga en un mensaje privado.
Caperucita
se molestó por la advertencia y durante un mes no cliqueó ni un
solo Me gusta en las actualizaciones de estado de Juanita.
Al
fin, Caperucita Amarilla (¿no era roja?) y el lobo rompieron. La
muchacha confiaba de nuevo en su amiga, volvieron a compartir y a
interactuar, hasta que la jirafa entró en su vida...
Juanita
Pierdedías admiraba a Jaime de Cristal. Tras conseguir que la
aceptara como amiga no dejaba de leer sus posts y comentaba cada
opinión del hombre sabio, incapaz de albergar una mentira en su
corazón. Aunque estuviera agotada de cansancio, aunque sus pies
doloridos le pidieran descanso, Juanita recorría los kilómetros que
fueren precisos hasta conseguir una buena conexión y leer las
palabras certeras de Jaime de Cristal.
En
uno de sus viajes llegó a la ciudad donde se hallaba preso Jaime.
Efectivamente, como todo el mundo conocía gracias a las redes, la
cárcel era de cristal y se podía ver con nitidez a Jaime de
Cristal... ¡atendiendo los medios! Rodeado de cámaras, cables,
ordenadores, Juanita Pierdedías tuvo dificultades para acercarse a
su gurú, que apenas se dignó saludarla mientras una maquilladora
ocultaba las mentiras que Jaime no deseaba transmitir a sus
seguidores.
Hastiada
de tanta hipocresía, buscó el muro de Juan el Despistado. Nadie lo
conocía mejor que ella. Habían jugado en el mismo parque, asistido
a la misma aula,... Recuerda con placer las mejillas sonrosadas
manchadas de chocolate, la ropa rasgada, la mano olvidada en un
cajón, la oreja en el tazón de leche, la pierna colgada del
tendedero, la nariz en la maceta de geranios.
A
pesar de su torpeza y de su tristeza crónica, se expresaba con
lucidez y una fina ironía, lo que había provocado que sus
seguidores se contaran por miles. Ella celebraba sus ocurrencias pero
sabía que Juan el despistado no era más que un pobre chiquillo,
que jamás se había preocupado por otra cosa que no fuera lamer sus
propias heridas.
Sin embargo, cuando leyó que
lanzaba diatribas contra las viajeras que recorrían los caminos sin ocuparse de las piedras, Juanita sintió un desgarro
interior. Si ella, precisamente, tenía gran cuidado en apartar todos los guijarros,.. ¡Qué sabía Juan el despistado de caminos, rutas o
senderos! Él, que jamás se había molestado en poner un pie fuera
de su pequeño pueblo, no debería opinar sobre viajes sin
documentarse y mucho menos atacar la afición de Juanita con tanta
rabia.
A
punto estuvo Juanita Pierdedías de abandonar el facebook que tan
buenos ratos le había proporcionado.
Ahora
ha entendido que ella tampoco se muestra transparente en las redes.
Piensa que únicamente es real lo tangible y solo la conoce
quien viaja a su lado cada día. Pero tampoco está mal reírse con
las locuras de Caperucita Amarilla o aprender de la pericia culinaria
de Apolonia. Y si mañana le pidiera amistad el Pollito Cósmico, lo
aceptaría sin dudar.
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