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El próximo año bisiesto

  Despido el año enmelando pestiños. En una cacerola pequeña mezclo agua y miel y las llevo a ebullición. Pongo cinco o seis pestiños en el aguamiel y los dejo cocer unos segundos. Los aparto y los dejo enfriar en una fiambrera. Durante décadas, desde el puente de diciembre hasta el día de Reyes, mi madre se dedicaba a esta tarea después de desayunar. Los muros de adobe de la casa se impregnaban del aroma a miel, ajonjolí, anís estrellado, clavo y canela. A veces, el olor viajaba hasta la calle y se enlazaba con los olores provenientes de otras casas. Toda mi calle, todo el pueblo olía a pestiños. Todo el pueblo comía pestiños, con ese sabor antiguo que hoy pocas podemos evocar. El sábado compré varios kilos de naranjas en la frutería. Cuando veo naranjas siempre pienso en Rosario la Viñera, que acumulaba sacos de estos cítricos en su diminuta casa por prescripción médica. Como única medicina para prevenir los catarros de su inmensa prole de ojos verdes y azulas, el médico había receta
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Barbie en el cine de verano

  He de confesar que yo también he ido a ver Barbie acompañada de dos mis hijas. Si no hubiera leído multitud de críticas y reseñas sobre la película, ni me lo hubiera planteado. Siempre me han gustado las muñecas  pero no las barbies.  He preferido recién nacidos, como los baby born. Desde mi tierna infancia sufro el trauma de no haber conseguido una Nancy. Eran otros tiempos, peores sin duda, por más que la edad y el color sepia del paso del tiempo dulcifique los recuerdos y a los nueve años las niñas ya no eran visitadas por los Reyes Magos. Mis hijas sí jugaron con barbies, tal vez menos que otras niñas de su edad, porque su madre tenía cierta aversión hacia el estereotipo de rubia con piernas infinitas y cintura inverosímil. La pantalla del cine de verano de Tomares acogió el estreno del éxito cinematográfico del momento.  Veladores de plástico blanco detrás de varias filas de incómodas sillas metálicas.  Montaditos, serranitos, patatas fritas, botellines de Cruzcampo, tinto de

El año que vendrá

  En 2021 falté a la cita de escribir una entrada de fin de año en este blog que tengo tan abandonado en los últimos tiempos. Los meses corren como un bólido de carreras y me siento una tortuga que intenta atraparlo. No me considero especialmente navideña. Me abruman las guirnaldas de bombillas y los centros comerciales a rebosar. Sin embargo, disfruto haciendo de intermediaria de los Reyes Magos, Papá Noel o cualquier otro ser mágico y no le hago ascos a ningún tipo de dulce, desde los pestiños al panettone, terminando por el roscón de Reyes, sin importar origen o nacionalidad. La escritora francesa Annie Ernaux se refiere a “la memoria del hambre” que conservaban sus mayores. Algo similar nos ocurre a quienes crecimos con familias supervivientes de una guerra mal llamada civil y una dictadura. La memoria no nos trae recuerdos divertidos de aquellos días fríos de diciembre, en los que no había regalos en los calcetines. En todo caso, me acompaña el olor a clavo y ajonjolí de los pesti

Asturias sin sombrero

  “Ahora que de casi todo hace ya veinte años”, escribió Gil de Biedma -Ahora que de casi todo hace MÁS de veinte años, parafraseo, mientras cruzamos los túneles que horadan la cordillera cantábrica. Hemos atravesado la ancha Castilla y la extensa Extremadura, arrasadas por el impenitente calor de este verano. Huimos de las altas temperaturas que asolan el sur, como aves migratorias, como migrantes climáticas. Regresamos al Oriente de Asturias persiguiendo la estela de este mismo viaje cuando las niñas eran pequeñas, un concepto temporal que nos hemos otorgado como familia y no sabemos definir con exactitud. El periodo “cuando las niñas eran pequeñas” podría abarcar desde el nacimiento de las mellizas hasta los quince años. Después de los Pirineos, antes de Cantabria es otro elemento que se sitúa en el debate para datar aquellas vacaciones en la casa rural de Piloña, entre Infiesto y Arriondas y averiguar qué edad tenían las niñas y qué jóvenes y osados éramos tú y yo, atravesando la p

Viajes imposibles y viajes literarios

    Nunca visitaré la India. Esta es una verdad incuestionable. Cuando te acercas a la sexta década, tomas consciencia de las limitaciones que la edad te impone. - “Ya tengo más pasado que futuro”, repetía mi padre al acercarse a la vejez. No visitaré la India, aunque me lo pudiera permitir económicamente. Me aproximo a esa en la que no soportaré viajes excesivamente largos. No estaré dispuesta a abandonar mi cómodo sillón orejero para vivir una aventura en un país con un clima tropical. Habituada a cargar con surtidos botiquines en mis periplos, dudo de que haya suficiente omeprazol en el mundo para aminorar las consecuencias de una dieta repleta de salsas y especias. Mi obsesión con la India no tiene ninguna relación con la mística oriental, la meditación o la práctica del yoga. No pretendo poner en duda las bondades de esta disciplina: millones de yoguis repartidos por todo el mundo no pueden estar equivocadas. Sin embargo, mis escépticas incursiones en este ambiente han resultado u

In Venezia

Vamos  juntos hasta Italia Quiero comprarme un jersey a rayas La primera vez que pisé Venecia lo hice por mar y en verano. La ciudad surgió de la laguna como por arte de magia. La Plaza de San Marcos con la basílica, el Palacio Ducal y el Campanile emergieron de pronto de entre las aguas. En esta ocasión, viajo desde el aeropuerto de Treviso, en autobús y tranvía, al final del segundo otoño pandémico. Escribió Thomas Mann en “Muerte en Venecia”: “llegar a Venecia por tierra, desde la estación, era como entrar en un palacio por la puerta de servicio.” Por la puerta de servicio de Ferrovia, los turistas arrastran maletas y atraviesan el puente de la Constitución, donde tres gaviotas se disputan unas patatas fritas, ajenas al trasiego que las rodea; la gente sube y baja de los vaporettos, corren a la estación para tomar el  tren o hacia las paradas de autobuses de Piazale Roma. Desde muy temprano, numerosas embarcaciones recorren el Gran Canal. Algunas transportan grúas, otras, sacos de c

Segundo verano pandémico

“ Pide que el camino sea largo.  Que sean muchas las mañanas de verano en que llegues , ¡con qué placer y alegría!,  a puertos antes nunca vistos. ”  Kavafis En el segundo verano pandémico, la turista ocasional ha eclosionado cual crisálida claustrofóbica. Meses  de confinamientos perimetrales habían hecho mella en su ánimo. Se sentaba delante del televisor a mirar  documentales sobre viajes, suspiraba al tropezar con las maletas en el trastero y acariciaba la guía que se  quedó varada en la mesa de noche durante la primavera de 2020. No es que la turista ocasional se haya  convertido en una intrépida viajera dispuesta a atravesar mares y océanos, solo ha pretendido dar un  pequeño paso, salir de su comunidad autónoma y subirse a un avión bien pertrechada de mascarillas y su  certificado de vacunación en la mano. Durante la primera semana de vacaciones en un recóndito paraíso gaditano, a punto estuvo de renegar de uno de sus fundamentos vitales y dejar de odiar el verano. Las mañanas d