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Mostrando entradas de septiembre, 2013

Nos faltan

Los lunes por la mañana, el metro de Sevilla huele a puchero. También a albóndigas en salsa, lentejas con chorizo y croquetas caseras de pollo. Las maletas en el suelo de los vagones los delatan. Vienen cargadas de fiambreras que las madres fueron llenando durante el fin de semana. La muchacha de larga melena ondulada subía en la estación del Prado de San Sebastián. Parloteaba sin tregua con su compañera en su afán por hacerla partícipe de las novedades del fin de semana. Movía las manos para dar más énfasis a un discurso enhebrado con el ceceo propio de la Sierra Sur. Entre el gentío del vagón, yo me quedaba perpleja ante su oratoria y la imaginaba en un estrado defendiendo sus argumentos con valentía. Los muchachos que se sentaban juntos venían del mismo pueblo. Se apeaban siempre en San Bernardo. Tal vez estudiaban magisterio o psicología, quizás económicas o derecho. Sus apuntes estaban subrayados con rotuladores de colores vivos: amarillos, rosas, naranjas, azules,... Se p

Imagen y señas

Aquella imagen me atrapó al instante. Mi asombro era tal que tardé un tiempo en reaccionar, como un boxeador noqueado. Durante los días que siguieron me mantuvo en vilo. Cuando pasaba cerca de la mesa del salón no podía evitar echar una ojeada al libro donde aparecía la foto. Los rostros de las dos mujeres me resultaban familiares. Aunque no lograba recordar sus nombres sabía con seguridad que las había conocido siendo adultas. En la imagen aparentaban unos veinte años y sonreían a la cámara a un lado de la foto. Iban ataviadas con sus mejores ropas: una falda de tubo, blusa blanca, vestido estampado,...Una de ellas, la más pequeña, incluso osaba llevar unas gafas de sol en la mano. Eran dos amigas que paseaban cogidas del brazo una tarde de domingo de finales de agosto o principios de septiembre. Se podía adivinar por las sombras, por el cielo cubierto de nubes y porque las mujeres se arreglaban solo en días muy señalados. Posaban como turistas, con sus labios pintados,...

El final del verano

Estos días en que el calor ha concedido una tregua, las mañanas de agosto olían como las de antaño. La brisa fresca alentaba al paseo temprano sin la ayuda del sombrero. Incluso era posible aventurarse a caminar por la acera soleada. Estas mañanas con aroma a higos y jazmín, traían cierto regusto a sal en el aire, tal vez la promesa de un mar desconocido e inalcanzable. Las mañanas en el pueblo pertenecen a las mujeres: desayunos en las terrazas de las cafeterías -lejanos los tiempos en que les era vedada la entrada-, bromas en la pescadería, confidencias en la frutería... La frutera se acoda en el mostrador mientras relata un viaje a Praga en invierno y describe el puente de Karlos cubierto de nieve. La clientela la escucha con atención, sin prisas, como si la conversación de la frutera fuera el acto más significativo de la jornada. Esta última semana de agosto, que sonreía como las de antaño y venía aliñada de tormentas vespertinas,  traía viejos recuerd