Para este viaje no necesitaba sombrero ni protección solar. En las alforjas, convertidas en grandes maletas, gorro y guantes de lana, camisetas, pantalones y calcetines térmicos.
-Demasiado- pensaba yo con ingenuidad. Excesivo para el mes de agosto, por muy cerca del círculo polar ártico que se encontrara mi destino.
Escaso, comprobé, al poco tiempo de pisar el país de hielo.
Las sureñas, aunque odiadoras del calor extremo del estío, carecemos de la capacidad para calcular el frío que desata el viento del norte. Tampoco podemos adivinar que, en Islandia, el otoño comienza en agosto, aparecen las primeras hojas amarillas e incluso nieva en las montañas que rodean Akureyri, la capital del norte de Islandia.
Con mi maleta repleta de inútiles camisetas de manga corta, viajé a esta isla de hielo y fuego, acompañada de un reciente y desconocido sentimiento de culpa gentrificadora e intentado reprimir el impulso de averiguar la huella de carbono.
Antes de volar, desisto de aprender alguna palabra de este idioma impronunciable, similar al noruego antiguo y que ha cambiado poco desde el siglo XIII. El país que ocupa uno de los primeros puestos en el informe PISA bien puede presumir de que sus habitantes dominan el inglés y en los establecimientos de restauración suelen trabajar chicas emigrantes españolas o de habla hispana.
La afición lectora se percibe en el primer hotel que pisamos, con una cuidada biblioteca, y QR en las habitaciones para descargar el menú lector. Cafeterías- bibliotecas en Reikiavik o la magnífica biblioteca pública de Akureyri dan testimonio de largas horas de lectura en inviernos de noches interminables.
A través de la ventanilla, el paisaje se despliega con montañas y costas de un gris oscuro, casi negro, para que no olvidemos el terreno volcánico donde se asienta la isla. Las praderas están cubiertas de turba verde donde pacen las ovejas en parejas o tríos, nunca en rebaños. Habitan más ovejas que personas en esta isla con una bajísima densidad de población y el ovino es protagonista principal de la gastronomía. Pocos árboles pueblan esta tierra, menos aún en las Tierras Altas.
Durante el camino nos acompañan multitud de cascadas, algunas como un hilo de agua, otras gigantes y caudalosas, rodeadas de leyendas sobre dioses paganos; lagos glaciares de los que se desprenden trozos de icebergs que se deslizan por los ríos hasta el mar; géiseres sorprendentes; grietas que separan placas tectónicas de dos continentes; cañones con forma de herradura; fiordos que emergen entre la niebla; piscinas de ácido sulfúrico hirviendo.
Ante una naturaleza tan extrema, te sorprende observar las pequeñas granjas diseminadas, los diminutos pueblos pesqueros junto a los fiordos, las casas aisladas con los tejados de colores. Resulta difícil imaginar qué clase de desesperación arrastró a los primeros pobladores a buscar refugio en esta isla inhóspita, con una naturaleza desatada, volcanes en erupción, vientos helados, ríos y lagos que se desbordan, un lugar del que reniegan hasta los reptiles. No alcanzo a imaginar la dura vida de estas familias dedicadas a la granja y la pesca. Me parece una auténtica proeza sobrevivir a los días de invierno sin sol en las pequeñas casas de turba, haciendo lo imposible por mantenerlas calientes. Y me pregunto cómo es posible que en Islandia hayan alcanzado tan altos niveles de bienestar con todo en contra mientras aquí abajo, en nuestra Españita, con todo a nuestro favor, nos encontremos a años luz.
Incluso van a desbancar a Colón como descubridor de América en favor de Leif Erikson, que pisó por primera vez Canadá 500 años antes.
Islandia encabeza el ranking de igualdad de género en el mundo. Las mujeres islandesas protagonizaron la primera huelga feminista de la historia en 1975, paralizando Reikiavik. Entre sus objetivos actuales, se encuentra alcanzar la paridad total en 2068, muy lejos de los países de la UE.
A vista de pájaro, no existe ningún detalle que nos indique esa igualdad: hombres y mujeres atendiendo establecimientos, mujeres y hombres empujando carros de bebés. Quizás la igualdad consista en algo así, en algo sencillo y natural, como la equidad en el trabajo y los cuidados.
En el centro de la capital se erige una estatua en honor de Ingibjorg H. Bjarnason, maestra, sufragista, gimnasta, que fue la primera mujer en formar parte del Parlamento Islandés.
Durante nuestra estancia se produjo la erupción de una fisura en la zona volcánica de Grindavik, a 40 kilómetros del aeropuerto de Kiflavik, a escasos 80 kilómetros de Reikiavik. Turistas y nativos alquilaron helicópteros para observar de cerca la lava. Pero el sábado día 24 de agosto, se celebraba un maratón en la capital de Islandia y el día de la cultura. Parecía como si todos los habitantes se hubieran dado cita en las hasta entonces deshabitadas calles y plazas, visitando museos y asistiendo a conciertos y espectáculos. En apariencia, nadie se preocupaba por el cráter.
En Islandia está prohibido beber en la calle. Reikiavik es una fiesta sin botellona. La población ha sufrido graves problemas de alcoholismo. Hasta 1989 no se legalizó la cerveza. En una pequeña plaza del centro, un hombre está sentado en un banco, casi oculto por un seto. Sostiene en su mano una botella de coca cola. De vez en cuando introduce la otra mano en el bolsillo de la chaqueta. Extrae una petaca metálica y vierte un buen chorro en el refresco.
Islandia es de hielo y fuego, como sus grifos. Del grifo de agua fría sale el líquido puro, cristalino y helado procedente de los glaciares. Del grifo de agua caliente llega, desde el centro de la tierra, agua hirviendo. Demasiado frío y demasiado caro para nuestros cuerpos sureños.
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