En
esta pesadilla en la que nos debatimos últimamente, cuando encender
el ordenador cada mañana y asomarse a los titulares de la prensa
nacional se ha convertido en un acto de masoquismo, nos cae encima la
LOMCE, esa ley que el ministro Wert (alter ego de Gollum) ha escrito
en un menage à trois con la conferencia episcopal y el OPUS DEI.
Se
suceden las noticias, reportajes y columnas reprobando el engendro
que nos devolverá a la escuela del franquismo, a un modelo
segregador, que ahonda en las diferencias, academicista y
revanchista.
La teoría neoliberal y
mercantilista que subyace nos presenta la educación como mera
urdidora de mano de obra lista para acceder al mercado laboral con
las manos atadas y la boca cerrada. Nunca había cobrado tanta
actualidad el dibujo de Tonucci “La máquina de la escuela”.
Los
medios de comunicación se empecinan en el debate sobre el
aprendizaje del catalán y el ministro declara que se crece con cada
polémica.
Se
denuncia la disminución de la participación del claustro y de la
comunidad educativa en los consejos escolares al tiempo que se
profesionaliza la dirección de los centros y se les dota de más
poder.
No
hace mucho, desde
este blog, lamentaba que nuestro sistema educativo no garantizaba
la equidad y en este momento añoro aquella situación.
Ni
dos años han pasado por el documento en el que analizaba los logros
y deficiencias del Plan
de Igualdad.
¿Plan
de Igualdad? ¿He dicho Plan de Igualdad?
Hasta
hace muy poco, algunas (también algunos) docentes teníamos un
sueño. Creíamos que la escuela mixta no facilitaba la igualdad
entre mujeres y hombres y pretendíamos encaminarnos hacia la escuela
coeducativa.
Si
lo pensáramos detenidamente, si no estuviéramos noqueados por el
cúmulo de noticias aterradoras, nos echaríamos a llorar.
¿Dónde
quedan la educación emocional, la convivencia, los saberes de las
mujeres, la corresponsabilidad?
En
el primer párrafo del primer borrador de la LOMCE aparece el vocablo fatídico, el
concepto sobre el que gira esta ley, la palabra “competición”.
Creíamos que para educar era preciso cooperar, colaborar, coordinar,
construir. El prefijo “co”, también presente en el concepto
coeducación, y que significa “en compañía de” pierde valor
frente a la competición que pierde su sentido etimológico para
quedarse en el enfrentamiento, la medición constante de alumnado y
centros educativos en pos de los mejores puestos de un ranking.
No
cabe duda que una evaluación adecuada del sistema educativo podría
suponer mejoras pero la LOMCE, según Miguel Ángel Santos Guerra,
pretende dedicar más esfuerzo a pesar
el pollo que a engordarlo.
La
Educación para la Ciudadanía, otro espacio para la coeducación,
deja de existir y la educación en valores se convierte en
alternativa a la religión. ¿Acaso no es una pesadilla? ¿No nos
libraremos nunca de la religión en la escuela?
Ética
para la Ciudadanía de 4º de ESO también desaparece y con ella la
posibilidad de estudiar contenidos relativos a los derechos humanos y
la igualdad entre hombres y mujeres así como la optativa cambios sociales y género.
Para
colmo, en la ley queda explícito que los centros concertados pueden
segregar por sexos sin riesgo de perder el concierto.
No
solo no avanzamos, sino que está en peligro la escuela mixta
relegando la coeducación a las catacumbas del currículum educativo.
Y todo ello redactado con un masculino genérico y excluyente.
Y todo ello redactado con un masculino genérico y excluyente.
Comentarios
Besos.
María José.
Besos.Lenteja