Finaliza este año nefasto, que no
comenzó el 1 de enero como es habitual, sino el 2 de diciembre de 2018, el día
en que las ratas asomaron por las alcantarillas de Andalucía.
La última semana de clase, antes de las vacaciones, mis niños y niñas
escribieron cartas a los Reyes Magos. Solo había una condición: los regalos
debían ser sustantivos abstractos. La felicidad, la paz, la solidaridad
revoloteaban sobre el papel pautado.
- ¿Qué significa “próspero”? - preguntaron. ¿Por qué deseamos un próspero
año nuevo?
Los diccionarios acudieron en nuestra ayuda desde la estantería. Algunas
palabras pierden su sentido con el uso desmesurado y es preciso reencontrarlo:
“Que es favorable y conlleva
éxito o felicidad.
Que se desarrolla de forma
favorable, especialmente en el aspecto económico y social.”
Y las cartas a los Reyes
Magos, los únicos reyes en los que cree la maestra, se llenaron de deseos de
prosperidad.
En verdad, la última década
ha sido poco favorable en lo social y en lo económico. Una ya no sabe si encomendarse a los números
pares o a los impares, en ese intento por buscar una explicación mágica a la
sinrazón de la maldad humana, de la política mal entendida, de los terribles
gobiernos, de la devastación capitalista, del pertinaz patriarcado.
Estos días azules de invierno
camuflado de primavera, distan mucho de engañarnos. Para colmo, tras la
algarabía de las terrazas al sol, se esconde la sombra del cambio climático.
El Tientapanzas, pastor de
antaño, que recorría las casas tocando tripas en Nochevieja, es el mayor
experto en economía. No necesita doctorados para comprender el determinismo social
que supone que, si tu panza está vacía esa noche, no volverá a llenarse durante
el año. Por ello, los pobres intentan engañarlo llenando ansiosos sus tripas de
sopas y gachas al filo de la medianoche. De igual manera, nos vestimos de
optimismo y buscamos en un lugar recóndito una pizca de optimismo y un puñado
de ilusiones.
Con el afán de ahuyentar el
olor a ratas subiendo por las cloacas, este año me ha dado por pensar en una
imagen de la infancia. Esa imagen se encuentra atrapada en una foto que nunca
he visto, pero guardo un nítido recuerdo del momento en que la tomaron. Una
tarde de primavera. Un trigal bien alto. Un campo cuajado de amapolas. La
chiquillería de la calle del cementerio, mugrienta, desarrapada y despeinada,
posa ante la cámara de la que sería su primera foto en color. Nada que ver con
aquellas fotos profesionales en la escuela, vestida de domingo o de flamenca en
un día de feria.
Persigo la imagen que guarda
mi memoria, pero no encuentro la foto. En cambio, en mi dormitorio, atesoro
otra instantánea en blanco y negro. Mi abuelo con su sombrero cordobés; mi
hermano haciendo muecas cómicas; la sonrisa tímida de mi hermana; mi larga melena
lisa; un macizo de margaritas; las macetas de todos los tamaños en el corral de
mi casa; la perra Soraya asomando sus ojos tristes en una esquina. Todos ellos
alimentan mi sueño cada noche.
Mientras escribo, me pregunta
Carlos si he leído el acuerdo de gobierno. Pregunto, con un poco de ironía, si
van a derogar la LOMCE y su respuesta es afirmativa. Sonrío. Pienso en los
pensionistas de Bilbao que protestan cada lunes, con o sin sol. Escucho los
cánticos de las mujeres que llenan las calles para ahuyentar las manadas.
Imagino a los jóvenes que se manifiestan cada viernes por su futuro. Recuerdo a
todos los sindicalistas que se dejan la piel contra el precariado.
Creo que mientras haya
resistencia habrá esperanza. Para la próxima década, yo pediría un rabo de nubes,
como cantaba Silvio Rodríguez. Aunque para resistir, os deseo que guardéis en
vuestra memoria muchos días de infancia.
Comentarios
Un aguacero en venganza
Que cuando escampe parezca
Nuestra esperanza.
Cada día escribes más lindo, Pepa. Os deseo a Carlos, a tus tres "niñas" y a ti un maravilloso 2020.
Un beso enorme.
F