En este día de septiembre las nubes se asomaron al hiriente azul del cielo. Es el primer día de colegio y la maestra aún se pone nerviosa después de veinte años. Se le encogen las entrañas como si fuera una niña. Estrena vestido y calza zapatos de tacón.
-Hoy es un día especial, por eso me he arreglado, les diría luego, en la intimidad del aula, con los nervios aplacados.
Va a recoger la fila y sonríe para sus adentros. El más grandullón se ha colocado el primero y tras él niños y niños. Hacia la mitad aparece la primera niña y tras ella, siempre al final, el resto. La maestra ya conoce estas actitudes y sabe que no es fácil cambiar determinados hábitos.
Una vez en la clase se sientan con quien les place, los niños con los niños, las niñas con las niñas. Ellas, apretadas, buscan la cercanía de la mesa de la maestra con la mirada inquieta. Ellos, seguros, levantan la mano, interrumpen, hablan sin respetar el turno, cuentan experiencias y opinan.
En medio del debate, la maestra anima a las niñas a hablar y ellas, asustadas, se resisten a tomar la palabra. Abriendo los ojos como platos, las dos más atrevidas balbucean alguna frase en voz baja.
-Las chicas os tenéis que acostumbrar a hablar en público, insiste la maestra, que además no quiere que le llamen “seño”. Los hombres y las mujeres estamos juntos en la vida, así que en la escuela empezaremos a aprender a compartir y a colaborar.
Toda la clase está sentada en parejas pero al final tienen que formar cinco grupos. Un grupo de niñas lo hace rápidamente y pega el equipo a la mesa de la maestra.
Los demás se enredan, discuten y tardan un buen rato en organizarse. Sólo una niña queda “descolocada” en un grupo de niños.
- ¿Qué os ha parecido lo que habéis hecho?
-Nos hemos vuelto a sentar los niños con los niños y las niñas con las niñas y además hemos tardado mucho, sentencian.
Hoy, el Defensor del Pueblo ha dicho que para respetar al profesorado, los chicos y chicas deberían llamarlos de usted. Esta maestra piensa que el respeto no es una cuestión de pronombres.
-Hoy es un día especial, por eso me he arreglado, les diría luego, en la intimidad del aula, con los nervios aplacados.
Va a recoger la fila y sonríe para sus adentros. El más grandullón se ha colocado el primero y tras él niños y niños. Hacia la mitad aparece la primera niña y tras ella, siempre al final, el resto. La maestra ya conoce estas actitudes y sabe que no es fácil cambiar determinados hábitos.
Una vez en la clase se sientan con quien les place, los niños con los niños, las niñas con las niñas. Ellas, apretadas, buscan la cercanía de la mesa de la maestra con la mirada inquieta. Ellos, seguros, levantan la mano, interrumpen, hablan sin respetar el turno, cuentan experiencias y opinan.
En medio del debate, la maestra anima a las niñas a hablar y ellas, asustadas, se resisten a tomar la palabra. Abriendo los ojos como platos, las dos más atrevidas balbucean alguna frase en voz baja.
-Las chicas os tenéis que acostumbrar a hablar en público, insiste la maestra, que además no quiere que le llamen “seño”. Los hombres y las mujeres estamos juntos en la vida, así que en la escuela empezaremos a aprender a compartir y a colaborar.
Toda la clase está sentada en parejas pero al final tienen que formar cinco grupos. Un grupo de niñas lo hace rápidamente y pega el equipo a la mesa de la maestra.
Los demás se enredan, discuten y tardan un buen rato en organizarse. Sólo una niña queda “descolocada” en un grupo de niños.
- ¿Qué os ha parecido lo que habéis hecho?
-Nos hemos vuelto a sentar los niños con los niños y las niñas con las niñas y además hemos tardado mucho, sentencian.
Hoy, el Defensor del Pueblo ha dicho que para respetar al profesorado, los chicos y chicas deberían llamarlos de usted. Esta maestra piensa que el respeto no es una cuestión de pronombres.
Comentarios
Suerte con el nuevo curso... y nos seguimos leyendo.
Saludos.