Geranios, malva chinas, claveles, clavellinas.
Jazmines .
Me vuelvo loca tomando fotos y videos.
Paredes blancas, puertas azules, verdes persianas.
Me puede el ansia de retener texturas y colores.
Palmeras, naranjos, limoneros.Quiero captar el rumor húmedo de las fuentes. No consigo atrapar el aroma de versos que envuelve el aire del patio. La fragancia se escapa por la boca del pozo, se extiende bajo la sombra.Ella transplanta macetas. Ha cortado un esqueje y lo hunde en el mantillo de otro tiesto: una lata, una botella de plástico, un cubo viejo que perdió sus asas metálicas.Reutiliza cada trasto susceptible de ser transformado en maceta. Más adelante, las pintará de un color marrón surgido de mezclar todos los restos de pintura que aparecen por la casa.Esta mañana, después de tomar la infusión de menta poleo que le alivia el estómago, ha salido al patio a recoger jazmines madrugadores que endulzarán el salón.Al caer la tarde, bajo la parra de uvas blancas, se oye una radio novela.Del lebrillo extrae agua con un cazo oxidado. Aquí nada se tira. Riega cada planta con parsimonia. Se toma su tiempo en cada maceta.Buganvillas, aspidistras, gitanillas y rosas de pitiminí.
Ayer intentó enseñarme a lavar en la pila de piedra. Mis manos sumergen la funda de almohada en el agua, la enjabonan y la restriegan en la lavadera de madera. Hay que hacerlo de una manera firme y con una determinada cadencia.
Agua, jabón, lavadera.
Agua, jabón, lavadera.
Formo parte de una larga estirpe de mujeres con los nudillos enrojecidos y agrietados de lavar ropa propia y ajena en arroyos y lavaderos públicos. Una estirpe de mujeres con las espaldas rotas de cargar espuertas de aceitunas o barreños de ropa mojada.
Una mecedora se balancea en un recodo. Ella arrastra sus piernas varicosas, sus pies hinchados y se sienta. Coge la costura del canasto, enhebra la aguja mientras las gafas se desplazan a la punta de la nariz. Hilvana una camisa que cortó de un retal.
La puerta de la calle está entreabierta. Por la cortina del pasillo asoman voces de niñas que juegan en la calle. Ella canturrea. A ratos, sestea.
En los patios cordobeses siento, como en ningún otro sitio, su presencia.
El próximo año, cuando cumpla el siglo, donde quiera que se halle, preparará sopaipillas con chocolate para celebrarlo.
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