Nunca visitaré la India. Esta es una verdad incuestionable. Cuando te acercas a la sexta década, tomas consciencia de las limitaciones que la edad te impone.
- “Ya tengo más pasado que futuro”, repetía mi padre al acercarse a la vejez.
No visitaré la India, aunque me lo pudiera permitir económicamente. Me aproximo a esa en la que no soportaré viajes excesivamente largos. No estaré dispuesta a abandonar mi cómodo sillón orejero para vivir una aventura en un país con un clima tropical. Habituada a cargar con surtidos botiquines en mis periplos, dudo de que haya suficiente omeprazol en el mundo para aminorar las consecuencias de una dieta repleta de salsas y especias.
Mi obsesión con la India no tiene ninguna relación con la mística oriental, la meditación o la práctica del yoga. No pretendo poner en duda las bondades de esta disciplina: millones de yoguis repartidos por todo el mundo no pueden estar equivocadas. Sin embargo, mis escépticas incursiones en este ambiente han resultado un fracaso absoluto. Mi cuerpo es menos flexible que un pilar de hormigón y se muestra imposible ante un simple saludo al sol o una postura del loto. Ante cualquier intento de relajarme solo consigo ponerme más nerviosa repasando mentalmente todas las tareas que he dejado sin hacer.
En el país de los contrastes, donde las vacas eran sagradas, la vida de las mujeres carecía de valor y eran quemadas vivas junto al cadáver de sus maridos, otra mujer, Indira Gandhi había sido nombrada primera ministra.
Más tarde, a través del cine de Bollywood, también nos llegó la imagen edulcorada de un país de saris de vivos colores y música que hace vibrar a bailarinas que se asemejan a contorsionistas.
Cuando ya tenía claro que no pisaría jamás la India, este país regresó a mí de la mano de Laetitia Colombani. En “La trenza”, la escritora francesa me emocionó entrelazando la vida de tres mujeres: una viuda hindú, una joven italiana y una mujer canadiense.
Ayer comencé a leer “El vuelo de la cometa”. Una mujer francesa, una joven y una niña intocable sustentan el relato. Brigadas rojas de chicas que se entrenan para defenderse de las violaciones y organizan una escuela para enseñar a leer y escribir a las niñas en un pequeño y paupérrimo pueblo pesquero del golfo de Bengala, son razones más que suficientes para regresar a la India, aunque solo sea en las páginas de un libro.
Comentarios