Dos muchachas ateridas de frío se sientan juntas
en un banco de una estación de ferrocarril. Una larga bufanda las acoge y las
protege.
En el andén de otra estación, aún más al norte, el
aire gélido se cuela entre las filas de hombres y mujeres enjutos, de piel
quemada por el sol y mirada famélica. Para identificarlos mejor, han colgado a
sus cuellos un cartel con un número. Alguien grita contra la infamia de tratar
a seres humanos como reses que se dirigen al matadero.
En un barracón sin calefacción y con pocas
comodidades, dentro del recinto de la fábrica, se alojan inmigrantes que
trabajan con el afán de enviar los ahorros a sus hogares.
Estas escenas de “La maleta de Ana” pueden
suceder en la actualidad en un campo de fresas, en una fábrica textil o en un
hotel de cinco estrellas. Podrían ser personas refugiadas huyendo de Siria o subsaharianos
que han atravesado todo un continente.
Sin embargo, Celia Santos nos relata la vida y
miserias de las mujeres españolas emigradas a Alemania en los años sesenta. Ana
apenas ha salido de su pueblo de Ávila. La barbateña Mari Carmen tiembla de miedo
ante cada escollo del viaje. En el sacrificio de ellas han depositado la
esperanza sus respectivas familias.
Juntas conocerán el sentido de la amistad, el
amor, la solidaridad y la lucha por los derechos laborales en la ciudad de
Colonia.
“Y entendió que, detrás de todas aquellas huelgas
de los que ella tachaba de vagos o ventajistas, había una justicia social y
laboral que ella ya tenía gracias a otros que antaño habían obrado de igual
forma”.
La crítica no considerará esta novela como una
obra maestra. Con toda seguridad, no aparecerá entre los libros más vendidos
del año. Pero, sin duda, nos hallamos ante un libro necesario, un ejercicio de
memoria colectiva, para que no olvidemos que fuimos un país que arrastraba su
hambre en maletas de cartón, un país que no ha sido capaz de evitar que la
juventud mejor preparada de la historia agarre de nuevo las maletas de sus
abuelas.
Es posible que la autora abuse de los aspectos
novelescos y que a veces adquiera un punto “telenovelesco”. Pero la obra de
Celia Santos corrige a quienes piensan que la clase trabajadora no aporta
personajes interesantes en la ficción. Se trata de una novela escrita por una
mujer, protagonizada por mujeres y es la novela que a mí me hubiera gustado
escribir.
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