A mi akelarre ( ellas saben la razón)
En un sábado de otoño soleado, que se
diría primaveral, me entero de la muerte de J. La noche anterior, París había tornado la fiesta en una danza macabra
de terror.
Por la mañana, me fulmina la noticia de ese rayo que se ha llevado
la vida de J, tan joven, cuando aún no había ejercido su derecho al voto.
Pero me paro a pensar y no sabría decir
si ella podría votar. Desconozco su situación legal, si tiene la nacionalidad o
tan siquiera la residencia.
J era una de esas niñas que buscan la
invisibilidad en el aula. Silenciosa, dulce, tímida, todo lo expresaban sus
enormes ojos tristes, tristísimos.
Tenía muchas dificultades para el inglés,
también para el español, pero nunca cejaba en su empeño. Y requería tu ayuda
sin palabras, con el único recurso de su profunda mirada.
Recuerdo a los padres de J, tan mayores,
como si fueran sus abuelos, con la misma mirada siempre afligida que su hija.
Cuando hicimos el viaje de 6º, grabamos
algunas escenas. En ellas se ve a J reír y jugar con el resto de los niños y
las niñas.
En la algarabía del regreso, mientras las
familias recogían las maletas y abrazaban a sus vástagos, los padres de J
aguardaban en silencio. Cuando me quedé sola junto al autobús, se acercaron a
mí, humildes y educados, para mostrarme un agradecimiento que me pareció muy sincero,
aunque inmerecido.
Este sábado de noviembre soleado, entre
otros horrores, también J merece un recuerdo.
Comentarios