Esta
mañana escribí en google la palabra escepticismo. Quienes me
conocéis muy de cerca, me habréis oído narrar más de una vez cómo
me aprobaron in extremis la filosofía de COU. Mis dieciocho años
recién estrenados se mordían las uñas junto a la puerta donde el
profesorado ejecutaba la evaluación final, esperando mi sentencia
por haber sido incapaz de digerir a Santo Tomás y San Agustín
durante el curso. De ahí, mi irremediable analfabetismo filosófico.
Santo
Tomás merodeaba por las definiciones de Wikipedia, refiriéndose al
escepticismo religioso, lo cual me ha puesto en guardia y me ha
impulsado a cerrar de golpe el ordenador.
Buscaba
una definición de mi estado de ánimo, una sensación desconocida
para mí misma, parecida al desapego y a la desconfianza.
Mis
amigas cuelgan en facebook los discursos de las nuevas alcaldesas de
Madrid y Barcelona, comparten noticias y reportajes en estado de
euforia. Y yo observo indiferente las fotos de las multitudes
sonrientes aclamando a las puertas de los ayuntamientos y las
imágenes virales del twitter. No es que no me alegre, al contrario,
solo que me confieso instalada en el descreimiento. Colau, la primera
alcaldesa en la historia de Barcelona, ¿podrá realmente mejorar la
vida de las mujeres de su ciudad?
Esta
tarde, mientras pedía un café, he leído la portada de El Mundo en
la barra de un bar:
“La
revolución llega a los Ayuntamientos”
En
otro momento, tal vez habría acudido al aseo más cercano por temor
a que la incontinencia hiciera estragos en mí.
En
los mapas que aparecen en la prensa me dedico a contar las provincias
azules, las rojas, las de colores variados y no me salen las cuentas.
No
hace mucho, nos despertábamos con la alegría de Grecia y Syriza,
pero ahora se me aparece Tsipras en una lucha infructuosa, perdiendo
cada día la batalla frente a la Troika, cada día un paso más
atrás.
Y
si miramos aquí abajo, al entorno más cercano, al pueblo donde
habito, cuyos habitantes siguen eligiendo que los representen los
corruptos, solo apetece refugiarse en el exilio interior.
Perdonad
que no comparta el entusiasmo general y mantenga mis reservas,
pensando a contracorriente, a pesar de que siempre intento “defender
la alegría como espada”, que diría Benedetti.
Si
alguien alberga la misma inquietud, quizás me ayude a definir esta
zozobra que me aflige. Mientras tanto, Bob Dylan seguirá cantando
“The answer, my friend, is blowing in the wind”.
Comentarios
Me gustan Manuela Carmena y Ada Colau como representación de un modo de comprometerse con la sociedad, de dar un paso adelante en la organización de nuestros pueblos.
¡Ojalá toda la ciudadanía se implicara en la mejora de la sociedad y borráramos la apatía de las gentes!
Antes de ellas y después de ellas yo he pensado y seguiré pensando, como tú, que una persona sola no cambia el mundo y menos este mundo a cuyo gobierno real no le vemos el rostro.
Pero me alegra, me hace feliz y me produce ganas de reir y de bailar que han caído un poco la soberbia, la arrogancia, la chulería y lo que es peor la indiferencia por el sufrimiento humano y que gentes de bien están empezando a tomar, no solo las calles, sino también los espacios de gobierno.
Besos