-¿Por qué me habéis buscado a mí?
En aquel pasillo de paredes desconchadas la profesora las escuchaba sentada en un banco. Las muchachas sabían que tenía guardia y habían distinguido en la oscuridad su larga falda y el destello metálico de las gafas.
Era una buena pregunta. Aquella profesora de biología con acento vasco e indumentaria hippie nunca les había impartido clase. Solo la conocían de vista, de cruzársela por los pasillos del instituto.
Pero no dudaron un segundo al pensar en la persona que las ayudaría.
-Os tenéis que tranquilizar. Decidle a vuestra amiga que espere una semana y si no se soluciona yo la ayudaré.
Entonces, al despedirse, la profesora de biología quiso saber:
-¿Por qué me habéis buscado a mí?
No supieron responder. Miraron a la profesora a los ojos y entraron en clase de latín.
Años más tarde recordó aquella historia. Ahora era una universitaria ingenua e ilusionada. Con el primer plazo de la beca compró su mayor tesoro: una olivetti lettera 25. En la tapa colocó una pegatina violeta en la que se podía leer: libre y gratuito.
En 1º y 2º de BUP había asistido a innumerables bodas de amigas que, tras un desmayo en el instituto, aparecían poco después delante de un altar ocultando la tripa bajo un vestido blanco.
De pequeña había oído a las mujeres murmurar sobre bebedizos para abortar. Intuía que se practicaban abortos clandestinos. Porque lo de ir a Londres o abortar en una clínica privada era algo inalcanzable en aquella sociedad rural.
Ahora mientras ella colocaba la Olivetti junto a sus escasos enseres en un piso compartido, sus amigas asumían su rol de esposas y madres, truncados sus sueños para siempre, envejecidas para siempre.
Hay muchos motivos para el ocho de marzo pero éste puede ser uno de ellos.
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