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Mostrando entradas de 2016

La noche del Tienta-Panzas

Solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes  Durante las Nocheviejas de mi infancia visitaba mi casa el Tienta-Panzas. Era un hombretón que caminaba a grandes zancadas, por los senderos embarrados, entre los olivares, cargando al hombro con un saco cuyo contenido nadie conocía. Este pastor tenía como misión tocar los vientres de los habitantes del pueblo y determinar si las tripas comenzaban el año llenas o vacías. En Nochevieja había que comer mucho para que el Tienta-Panzas no te condenara a un año de hambruna.  La magia del Tienta-Panzas, mi tío Juan viajando por sorpresa desde Holanda con una botella de champán, las uvas en la plaza del pueblo, repartiendo besos y abrazos con generosidad, me compensan de la triste Nochebuena siempre sobrada de ausencias.  El año que por fin acaba ha sido el año de la vergüenza. Ha conseguido  que me sonrojara al pasar delante de los quioscos y ver los informativos de TV. Incluso temía consultar la prensa digital y pasaba de punt

Sin pretensiones

Cuando A se jubiló, la mayoría de las asistentes solo veía a una maestra de sesenta años. Pocos comensales conocían que fue la primera mujer de su pueblo que estudió una carrera universitaria. No sabían de sus madrugones ni vicisitudes para tomar autobuses y llegar a tiempo a un instituto femenino en el centro de Sevilla. Entre las copas y los agasajos, recorría las mesas una maestra que fue madre en tres ocasiones y no disfrutó de bajas maternales. Si le preguntas, recuerda que con su primera hija, daba clases nocturnas en educación de adultos a una distancia considerable de su casa. Sus padres la aguardaban en el pasillo para que pudiera dar el pecho al bebé entre una y otra lección. Ella entiende más que nadie de niños y niñas que llegan por la mañana al colegio con el estómago y las maletas vacías.  B adoraba su bicicleta. Gracias a ella estudió Magisterio. Había emprendido el camino de la soledad demasiado pronto, con un martillazo que la dejaría herida para siempre. Pero ello

Una madre de Alejandro Palomas

Siempre que acabo una buena novela me queda un vacío en el estómago. Hojeo las últimas páginas o veo en el libro electrónico el indicador de haber alcanzado el 90% y siento una especie de vértigo. ¿Ya estoy terminando' ¿Y qué haré de aquí en adelante? ¿Cómo podré vivir el resto de mi vida sin estos personajes' Llego hasta el final y a veces no me concentro en el desenlace. Tengo la impresión de que me han traicionado, como si me hubieran abandonado en una isla desierta. Por primera vez en mi ya dilatada vida, septiembre ha comenzado para mí con un asueto playero junto a este mar de Cádiz que me tiene atrapada. Si alguien se hubiera detenido a observarme en mi tumbona playera, bajo una sombrilla violeta que el viento de Levante se empeñaba en volar, es posible que llegara a la conclusión de que me faltaba algún tornillo en la cabeza. Habría visto a una mujer gordita ataviada con sombrero rojo sosteniendo un e-book apoyado en una funda que alguna vez fue verde, ahora

Dos amigas de Elena Ferrante

Estos días pienso a menudo en Berlusconi, en aquellos años en que no alcanzábamos a entender las razones que llevaban al pueblo italiano a votar una y otra vez a la personificación de la corrupción. Nada tiene que ver con la Italia que retrató Bertolucci en Noveccento. Aún me emociono al oír la banda sonora o recrear la escena del hombre que recorre los campos gritando: ¡Verdi ha muerto! Hace unos años, siendo mis hijas pequeñas, visitamos la Toscana. Llovía en San Gimignano aquel día que, bajo los soportales de la iglesia, conmemoraban la liberación del pueblo por los partisanos. En unos paneles se exponían fotos relativas al evento que la tormenta se había empeñado en impedir. Un anciano pequeño y enjuto,  con ojos llorosos, le mostró a mi hija las fotos en las que él, casi un niño, aparecía junto a otros muchachos que protagonizaron la gesta. El veintisiete de junio me llamó por teléfono Lenú (Elena Greco). Tras los saludos iniciales, la familia, la salud, sus hijas, las mías

Andalucía, la que divierte

Este mes de mayo se inauguró sin flores ni cantos a María. Regresaron los jerséis a los armarios, no cantaba la calandra ni respondía el ruiseñor. Una inusitada tormenta se instaló sobre nuestras cabezas. La lluvia caía con fuerza un día tras otro, sin conceder una tregua.  El campo embarrado, los caminos anegados de agua, los embalses a rebosar,… Parecía como si se hubiera volteado la piel de toro y al Sur nos bañara el Cantábrico. El diez de mayo, tras varios días de aguacero, el terreno era un lodazal pero los melocotones de la Vega del Guadalquivir no entendían de tormentas y un jornal de cuarenta euros no merecían desprecio. Pertrechados de impermeables y botas de goma, Marisol y su cuadrilla acudieron al tajo. El cielo no les otorgó ninguna indulgencia y faenaron sin descanso, hundidas en el barro, navegando entre los charcos, anegadas por el diluvio. Cuando regresó al pueblo, con toda seguridad, aún tenía que hacer compras, poner lavadoras, cocinar la cena y preparar

Marruecos exprés

Repaso mis notas de Marruecos. Normalmente, me acompaña un cuaderno de viaje, donde escribo pensamientos o ideas que me asaltan y pego tickets de metro o entradas de museos. Esta vez, el viaje es tan corto, que opto por un pequeño cuaderno, de hojas recicladas y forrado con una tela bordada que me regaló Lidia. Me resulta tan bonito que duele emborronarlo de tinta. Me decido a usarlo porque los cuadernos, como la vida, no existen para ser contemplados. En mi cuaderno no pude anotar la primera sensación del viaje: un incómodo hormigueo me subió por el estómago cuando el ferrry avistó el puerto de Tánger. Por primera vez pisaría África (Canarias no cuenta), tantas veces perseguida por la mirada desde las costas de Cádiz. Marruecos, tan cerca, tan lejos, pensaba que jamás alcanzaría sus playas. Por ello, no me importó embarcarme en un viaje de pocos días, con largos trayectos   de cientos de kilómetros y un regreso incierto. En un viaje exprés, por un país, por un continente desc

El verbo servir

Esta semana un artículo de @RaulSolisEU titulado “Hijo de una limpiasuelos” se ha convertido en viral y lo ha llevado a participar en programas de radio y televisión. Él sabe, porque se lo he dicho públicamente, cuánto me gusta lo que escribe y cómo lo hace, especialmente cuando pone voz a las mujeres del campo, a los parias de la tierra. Incluso tuvo la osadía de escribir sobre   los funcionarios, en un momento en el que medio país aplaudía los recortes a los “privilegiados empleados públicos” y entrevistó a mi amigo Mikel en un reportaje donde reclamaba que “Los funcionarios también lloran” . Creo que el éxito de su artículo radica en que muchas personas nos hemos visto reflejadas en él. Nuestro país está poblado por hijos e hijas de limpiasuelos, de mujeres, y también algunos hombres, que tuvieron que servir, así que cualquiera podría haber escrito el artículo, aunque solo él supo hacerlo poniendo en cada palabra el desgarro y la rabia de muchas generaciones que tuvieron que serv