La Navidad me ha pillado blandita, tan blandita como para que una lágrima despistada resbale por mi mejilla con el famoso anuncio de fiambre. Cualquier sábado navideño, el metro avanza con el doble de vagones. El sabor agrio de las comidas de empresas ocupa los asientos. Las mejores galas, botas altas, blusas con brillo, abrigos con sutiles estampados visten los cuerpos de la resaca de cerveza y marisco. Regreso del cine donde he llorado y he reído con la película sobre Gila. Un titular de prensa advierte que Elon Musk tiene previsto apoyar a la ultraderecha europea. Imagino a Gila marcando el número del dueño de X: "¿Es el enemigo? Que se ponga? Cuando me preguntan por mi lista para Reyes y respondo con la consabida "salud", C me recrimina que es un deseo de personas mayores. Leo que hay 56 conflictos armados en el mundo, que implican a más de 90 países. Y los niños y niñas de Gaza ahora, además. mueren de frío. Da miedo repasar en el peri...
Para este viaje no necesitaba sombrero ni protección solar. En las alforjas, convertidas en grandes maletas, gorro y guantes de lana, camisetas, pantalones y calcetines térmicos. -Demasiado- pensaba yo con ingenuidad. Excesivo para el mes de agosto, por muy cerca del círculo polar ártico que se encontrara mi destino. Escaso, comprobé, al poco tiempo de pisar el país de hielo. Las sureñas, aunque odiadoras del calor extremo del estío, carecemos de la capacidad para calcular el frío que desata el viento del norte. Tampoco podemos adivinar que, en Islandia, el otoño comienza en agosto, aparecen las primeras hojas amarillas e incluso nieva en las montañas que rodean Akureyri, la capital del norte de Islandia. Con mi maleta repleta de inútiles camisetas de manga corta, viajé a esta isla de hielo y fuego, acompañada de un reciente y desconocido sentimiento de culpa gentrificadora e intentado reprimir el impulso de averiguar la huella de carbono. Antes de volar, desisto de aprender algu...