Descansa sobre la estantería la guía de Perú. Permanece en el mismo lugar en que se quedó la noche antes de nuestra partida, olvidada, en silencio. No nos acompañó, no atravesó el océano, no se asomó al Pacífico ni subió al altiplano, no divisó los Andes nevados ni contempló el vuelo del cóndor en el Valle del Colca, no surcó las aguas plácidas del lago Titicaca. En este mundo digital, mantengo una relación analógica con las guías de viaje. Hasta que mis dedos no acarician sus hojas no me creo que parto de viaje. Solo entonces se hace realidad el lugar al que me dirijo. La forma de relacionarme con la guía tampoco es muy usual. La hojeo, repaso los lugares recomendados, la información de utilidad, algo de historia… Solo me dedico a leerla con detenimiento durante el viaje, en el bus, en la cama del hotel después de una visita. Esta vez se quedó en casa y un mes después de regresar de Perú, siento la tentación de alargar la mano y volver a recorrer Arequipa o Cusco a través ...
Dos años después de su estreno, por fin pude ver la película “ El maestro que prometió el mar ”. En ella se narra la búsqueda de los restos de los asesinados por el blando sublevado en 1936, en una fosa de un pueblo de Burgos, donde deberían aparecer los cuerpos del bisabuelo de la protagonista y del maestro Antonio Benaiges La película es tan emocionante que a los quince minutos arranqué a llorar y no me quedó más remedio que pararla. Solo pude verla en pequeñas dosis, a lo largo de dos días. La protagonista entabla amistad con un anciano que le muestra fotos y le habla de su maestro, Antonio Benaiges, el maestro que prometió llevarlos a ver el mar. Entre todos los momentos emotivos que aparecían en la pantalla, hubo uno muy especial, que me provocó un vuelco del corazón. En la pizarra negra, el maestro escribía con tiza blanca un texto escrito por uno de sus alumnos o alumnas. El resto de la clase corregía el escrito, señalaba alguna fal...