Poseo cierta experiencia en recuperar cacerolas donde se han quemado lentejas. Hace mucho más de veinte años que me inicié en esta sana habilidad. En aquella ocasión las humildes legumbres decidieron suicidarse a lo bonzo en protesta por mi falta de cuidado. Yo estaba haciendo el amor en la habitación contigua y no me alcanzaron sus gritos de socorro ni sus efluvios aromáticos. Eran otros tiempos y otra cantidad de hormonas recorría mi cuerpo. Andaba yo muy atareada esta mañana. Aprovechando que salían las carretas del Rocío, las autoridades locales decidieron darnos un día de asueto. Como no uso traje de faralaes ni monto a caballo no sabía qué hacer con este aciago día en medio de una semana de fin de curso, con la programación sin terminar y los bailes sin ensayar. Descansar. Ésa era la consigna. Anoche estaba tan cansada que me metí en la cama a las 10’30 h. El libro de Atxaga que leía se iba convirtiendo en nubes cada vez más densas. Como era de esperar, a las siete y media abrí...