En mis fotos del verano del 90 abundan el verde, el azul y un muchacho delgado con un ducado entre los dedos. El verde luminoso del norte de España me sorprendió al asomarme a la ventanilla del tren, después de bajar de la litera en la que había dormitado aquella noche mientras atravesábamos la meseta norte. Desperté entrando en Euskadi y mis pupilas se dilataron al comprobar que la península también se vestía de verde en verano, en contraste con los secos y amarillentos estíos del sur que yo estaba habituada a transitar. Con 27 años, solo había cruzado una vez Despeñaperros, para asistir a un Congreso en Madrid. - “Despeñaperros ya no es lo que era”. Mi amiga Ana, casada con un ferroviario con kilométrico, intentaba consolarme de mis frustradas ansias viajeras. Pero el verano del 90 llegó para cambiar mi vida, nuestras vidas. Yo había trabajado seis meses como maestra interina y, por primera vez, iba a cobrar el desempleo, por lo que no necesitaba ningún subempleo veraniego, ni c...