Geranios, malva chinas, claveles, clavellinas. Jazmines . Me vuelvo loca tomando fotos y videos. Paredes blancas, puertas azules, verdes persianas. Me puede el ansia de retener texturas y colores. Palmeras, naranjos, limoneros. Quiero captar el rumor húmedo de las fuentes. No consigo atrapar el aroma de versos que envuelve el aire del patio. La fragancia se escapa por la boca del pozo, se extiende bajo la sombra. Ella transplanta macetas. Ha cortado un esqueje y lo hunde en el mantillo de otro tiesto: una lata, una botella de plástico, un cubo viejo que perdió sus asas metálicas. Reutiliza cada trasto susceptible de ser transformado en maceta. Más adelante, las pintará de un color marrón surgido de mezclar todos los restos de pintura que aparecen por la casa. Esta mañana, después de tomar la infusión de menta poleo que le alivia el estómago, ha salido al patio a recoger jazmines madrugadores que endulzarán el salón. Al caer la tarde, bajo la parra de uvas blancas, se oye
Despido el año enmelando pestiños. En una cacerola pequeña mezclo agua y miel y las llevo a ebullición. Pongo cinco o seis pestiños en el aguamiel y los dejo cocer unos segundos. Los aparto y los dejo enfriar en una fiambrera. Durante décadas, desde el puente de diciembre hasta el día de Reyes, mi madre se dedicaba a esta tarea después de desayunar. Los muros de adobe de la casa se impregnaban del aroma a miel, ajonjolí, anís estrellado, clavo y canela. A veces, el olor viajaba hasta la calle y se enlazaba con los olores provenientes de otras casas. Toda mi calle, todo el pueblo olía a pestiños. Todo el pueblo comía pestiños, con ese sabor antiguo que hoy pocas podemos evocar. El sábado compré varios kilos de naranjas en la frutería. Cuando veo naranjas siempre pienso en Rosario la Viñera, que acumulaba sacos de estos cítricos en su diminuta casa por prescripción médica. Como única medicina para prevenir los catarros de su inmensa prole de ojos verdes y azulas, el médico había receta