En esta tarde soleada de marzo, con las facultades alteradas y el pulso desconsolado, me atrevo a declarar que me gustan las metáforas imposibles, los primos lejanos, las sirenas varadas, las enfermedades del alma, el pretérito imperfecto, el futuro inesperado, los versos ligeros, los paseos largos, los sauces llorones, las esquinas rotas, los cucuruchos de helado, las palabras claras, los harapos sucios, los jazmines cerrados, las pasiones volcánicas, los olivos plateados, las utopías por alcanzar, el mar en primavera, los sudokus en blanco, los errores propios, la rebeldía irremediable, las chanclas de goma, los ríos subterráneos, las manos de mis hijas y los ojos de Carlos. Que no me gustan los tacones de aguja, las uñas esculpidas, el olor a tabaco, las miradas hipócritas, los falsos halagos, los defensores a ultranza, la playa en verano, la pertinaz coherencia, el pensamiento escaso, la verdad objetiva, la tradición milenaria, los jefes autoritarios, el olor ...