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Mostrando las entradas etiquetadas como Violencia de género

Una carta

Este relato fue premiado en el certamen organizado para el conmemorar el Día Internacional de la Mujer en la Campana (Sevilla)   Los pasillos del instituto aún permanecían a oscuras. Las paredes salpicadas de huellas de zapatos y botas deportivas. El olor a desinfectante impregnaba el aire gélido de la mañana. Sintió mareos. Apenas había desayunado: un sorbo de leche, un bocado de dónut. Su padre la había mirado de reojo mientras se tomaba el café, de pie junto al fregadero. Había salido de casa más temprano que ningún día. No deseaba tropezar con nadie de camino a clase. Apresuró el paso indagando las sombras. Llegó al instituto cuando el día se despertaba y se coló por una puerta lateral. El silencio envolvía el viejo edificio de ladrillo. Ese silencio, esa quietud eran lo que Sara buscaba.  La noche anterior se había dormido de madrugada, derrotada por el llanto, intentando ahogar los sollozos contra la almohada. Tuvo que apagar el teléfono móvil. Adrián no paraba de enviar...

Dos amigas de Elena Ferrante

Estos días pienso a menudo en Berlusconi, en aquellos años en que no alcanzábamos a entender las razones que llevaban al pueblo italiano a votar una y otra vez a la personificación de la corrupción. Nada tiene que ver con la Italia que retrató Bertolucci en Noveccento. Aún me emociono al oír la banda sonora o recrear la escena del hombre que recorre los campos gritando: ¡Verdi ha muerto! Hace unos años, siendo mis hijas pequeñas, visitamos la Toscana. Llovía en San Gimignano aquel día que, bajo los soportales de la iglesia, conmemoraban la liberación del pueblo por los partisanos. En unos paneles se exponían fotos relativas al evento que la tormenta se había empeñado en impedir. Un anciano pequeño y enjuto,  con ojos llorosos, le mostró a mi hija las fotos en las que él, casi un niño, aparecía junto a otros muchachos que protagonizaron la gesta. El veintisiete de junio me llamó por teléfono Lenú (Elena Greco). Tras los saludos iniciales, la familia, la salud, sus hijas, las ...

Carta a las Reinas Magas

Lo que faltaba para el duro con este tiempo tan crudo (Gloria Fuertes) Queridas Reinas Magas: Vosotras y yo somos viejas conocidas. Hace varias décadas, instalada aún en la veintena, tuvimos nuestro primer contacto. Yo acababa de aprobar las oposiciones e intentaba   ser maestra en un colegio de Brenes donde lo aprendí casi todo. Aquella navidad representamos la obra de Gloria Fuertes que vosotras protagonizáis. Por eso, para mí, tenéis el rostro redondo y   un hoyuelo en la barbilla como Yoli, una de las niñas que os interpretaba. En las tardes de ensayo, compartíamos risas pero también discusiones y enfados. Los nervios antes del estreno, las lágrimas, los  aplausos, los dolores de tripa, la incontinencia súbita, los gritos entre bambalinas, el imposible silencio tras las cortinas, vienen a mi mente estos días. Es una pena que no conserve ninguna foto de aquella obra, ni de vosotras ni de los camellos de cartón que os acompañaban en el escenario. Pare...

Sufragistas

En la sala más pequeña del multicines solo siete personas ocupaban sus asientos. De ellos, más de la mitad, pertenecían a mi familia. El resto, un espectador solitario que pasaba de los sesenta y una pareja de cuarentones. Fuera, en el mundo real, cuatro salas estaban destinadas a proyectar “Star Wars”, con familias completas disfrazadas de personajes de la saga de George Lukas. “Sufragistas” se anuncia como la mejor película del año. No me considero tan cinéfila como para corroborar o negar dicha afirmación. Entre otras cosas, porque yo fui a verla por motivos puramente ideológicos. No es casual que en España se estrenara el último día de campaña electoral, la primera vez que los derechos de las mujeres han formado parte de los debates electorales. En los trailers   puede parecer que se trata de una película coral. Sin embargo, asistimos al proceso de compromiso con el movimiento sufragista de Maud,   trabajadora en una lavandería. -“Nací en la fábrica”, declara ante...

LA ISLA MÍNIMA

La mente me llevó lejos de las imágenes que aparecían en la pantalla. Mis neuronas perdieron el control. Me acordé de “El viejo que leía novelas de amor” sin que existiera ninguna relación. Las marismas no tienen nada en común con la jungla. Sevilla no se sitúa en el ecuador. Los personajes se paseaban por una feria mientras mi cabeza viajaba a Macondo y observaba los rostros sorprendidos de sus habitantes el día que descubrieron el hielo. Tuve que hacer un esfuerzo para regresar a la butaca. Los objetos cotidianos me reconciliaron con un tiempo cercano pero enterrado en el olvido: un cenicero de cristal tallado, el teléfono de la pensión, los azulejos de la cocina, el cuadro con imágenes de cacería, el armario del cuarto de baño,... El pueblo sevillano de la Isla Mínima representa el Macondo andaluz, el territorio fronterizo en el que se puede ver reflejado cualquier pueblo de los años 80. Aún perviven los símbolos de la larga dictadura y sus prohombres mantienen su poder. ...

La bicicleta verde

En el país donde a las mujeres se les prohibe conducir, Wadjda desea una bicicleta verde. Con la bicicleta sentirá el viento rozar el rostro y el cabello se escapará del abaya. Aupada a la bicicleta retará a su amigo a una carrera que la liberará. - Las bicicletas son peligrosas para las niñas. ¿Te crees que eres un niño? , le recrimina su madre. Los ojos de Wadjda nos alejan de cualquier atisbo de tristeza en un mundo de mujeres solas, invisibles, silenciosas, ocultas a la mirada de los hombres. - La voz de una mujer es su desnudez , reitera la directora del colegio. Las niñas, ataviadas con el abaya negro, no pueden escapar de la culpa y la vergüenza que las atrapa en un laberinto de religión y tabúes. - Si tenéis el periodo no podéis tocar el Corán , dice la maestra. Y las niñas no pueden contener la risa nerviosa. La rebeldía de Wadjda la salva del entorno asfixiante en que se viven su madre y ella, de la ausencia del padre, de ese árbol genealógico en el que solo ap...

Gimnasio para mujeres

He de confesar que acudo a un gimnasio solo para mujeres. Me auto-inculpo de este pecado nada venial, pues aborrezco de todo espacio capaz de excluir a cualquier persona. Sirva como atenuante que el gimnasio está justo al lado de mi casa y la fachada está pintada en tonos rosas y violetas, por lo que resulta difícil no caer en la tentación. Lo visité poco después de su apertura. La gerente, rubia con mechas, talla 36, tacones de 10 centímetros y blusa de leopardo, me recibió con un peso, una cinta métrica y la más hipócrita de sus sonrisas. - ¡Quieta! , le advertí. A mí no me mide ni Dios y para decirme que pierda peso debes tener, por lo menos, un grado en medicina . Escapé como si me hubiera topado con Freddy Krueger y no regresé hasta un año más tarde, cuando me había recuperado de la primera impresión. La gerente seguía allí, encaramada en sus taconazos, pero esta vez le puse bien claras mis condiciones y me matriculé. Hice de tripas corazón para no mirar la almibar...

EL BASTÓN DE "UMÁ" CARMEN

La calle de mi infancia no tenía aceras. Tampoco estaba asfaltada. En invierno, los niños y las niñas, se bañaban desnudos en los charcos. Las casas habían sido chozos hasta el año 63 pero aquello ya se había acabado y todo el vecindario podía disfrutar de techos de uralita. No había cuartos de baño, sólo pozos ciegos en los corrales. Aunque había gente que no se adaptaba al retrete y prefería aliviarse detrás de las tapias del cementerio. En verano se sacaban los colchones a la calle o a los patios y dormíamos custodiados por las estrellas. En invierno las mujeres despiojaban a los niños al sol de la tarde. Las mujeres de mi calle hacían corrillos en mitad de la mañana. Los niños y niñas nos metíamos entre sus faldas para oír el latido del barrio. La mayoría de las veces se organizaban para sacar a otra mujer de un aprieto. Fulana no tiene dinero para poner hoy la olla. Yo pongo los garbanzos. Y yo el tocino. Mengana está en el hospital. Yo daré de comer a los niños. A Zutana le pegó ...

DOLORES

La mujer que baja del autobús se llamaba Dolores. Le cuesta descender la escalerilla de altos peldaños porque las caderas anchas y las piernas gruesas entorpecen sus movimientos. La mujer antes llamada Dolores ya no es joven, ni siquiera es de mediana edad. Ronda los sesenta años y su pelo ya no es completamente negro, vetas blancas se distribuyen por su cabeza. Pero aún conserva la tez morena, los ojos vivaces y la sonrisa confiada. Cualquiera que la conociera antes de llamarse Dolores la identificaría fácilmente por estos rasgos. Por eso, cuando baja del autobús, se va parando con gente que la reconoce y la saluda. Ella habla, besa, abraza, ríe. Sólo le falta bailar para ser totalmente feliz. Es la primera vez que viaja sola pero no ha tenido miedo. Su hija menor le envió un horario de autobuses por correo electrónico que ella imprimió en el ordenador del centro cívico del barrio. Allí acude cada día desde que vive sola y está haciendo sus primeros pinitos en informática. Sus hijas, ...