Despertar una luminosa mañana de domingo con la serenidad de que tienes todo el día por delante, vestirse las mallas, la camiseta de algodón y los zapatos deportivos. Hace algún tiempo descubrí que el paseo matutino es uno de los placeres más baratos que te puedes permitir y llega un momento en que no puedes prescindir de la bocanada de aire fresco y el silencio de las calles vacías. Enfilo la Alameda de Santa Eufemia sin cruzarme con nadie mientras observo apresuradamente los escaparates que surgen a mi paso. A veces, en la parada del autobús me encuentro a algún personaje solitario y soñoliento , con la ropa del sábado arrugada. Imagino que ha despertado de una noche de pasión en una cama ajena y se retira a descansar con el aroma de otra piel aún pegada a la suya. De pronto, en la rotonda del Instituto casi me paraliza la alarma. Soy hija de la transición y no puedo dejar de asustarme al ver congregada a mucha fuerza de orden público, lo del lechero que llama a tu puerta se quedará...