Estos días pienso a menudo en Berlusconi, en aquellos años en que no alcanzábamos a entender las razones que llevaban al pueblo italiano a votar una y otra vez a la personificación de la corrupción.
Nada tiene que ver con la Italia que retrató Bertolucci en Noveccento. Aún me emociono al oír la banda sonora o recrear la escena del hombre que recorre los campos gritando: ¡Verdi ha muerto!
Hace unos años, siendo mis hijas pequeñas, visitamos la Toscana. Llovía en San Gimignano aquel día que, bajo los soportales de la iglesia, conmemoraban la liberación del pueblo por los partisanos. En unos paneles se exponían fotos relativas al evento que la tormenta se había empeñado en impedir. Un anciano pequeño y enjuto, con ojos llorosos, le mostró a mi hija las fotos en las que él, casi un niño, aparecía junto a otros muchachos que protagonizaron la gesta.
El veintisiete de junio me llamó por teléfono Lenú (Elena Greco). Tras los saludos iniciales, la familia, la salud, sus hijas, las mías, me quiso acompañar en el dolor que sentía, como si de una defunción se tratara. También me recordó aquel tiempo en el que yo me asombraba ante los resultados electorales de Italia.
Le pregunté por Lila y pude percibir su turbación, un suspiro de desaliento antes de responder que no sabía nada de su amiga, de su otro yo.
Nos despedimos cariñosamente, emplazándonos a un encuentro, ya sea en Turín o en Sevilla, con la esperanza de una conversación cálida y sincera.
Cualquiera que pretenda advertirme que Lenú y Lila son personajes de ficción se topará con mi firme oposición. Ellas son tan reales como puedas ser tú o yo, con las mismas ansias, las mismas dudas,... He asistido a la escuela con ellas, he paseado por la calles de Nápoles, me he bañado en el Mediterráneo cuando veranear era un verbo de imposible conjugación. Quizás nuestras vidas no sean tan trágicas, tal vez no poseamos la inteligencia descomunal de Lila o el indudable tesón de Lenú.
Pero todas, como ellas, hemos ido descubriendo el mundo, los misterios del barrio o del pueblo, tomando conciencia de nuestro lugar en el mundo, de la lucha de clases o el movimiento feminista.
A través de la mirada de las dos amigas napolitanas he recorrido la historia de Europa en los últimos cincuenta años.
Porque su relato es mi relato y también es el tuyo. Porque su barrio pobre de Nápoles se sitúa en cualquier pueblo andaluz, en el sevillano barrio de Los Pajaritos, en una ciudad de la periferia de Bucarest, en un arrabal de Casablanca, en una banlieue parisina. Porque la pobreza siempre huele de la misma forma en todos los lugares del mundo.
Porque Verdi muere cada día en el sur de Europa.
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