La
mente me llevó lejos de las imágenes que aparecían en la pantalla.
Mis neuronas perdieron el control. Me acordé de “El viejo que leía
novelas de amor” sin que existiera ninguna relación. Las marismas
no tienen nada en común con la jungla. Sevilla no se sitúa en el
ecuador.
Los
personajes se paseaban por una feria mientras mi cabeza viajaba a
Macondo y observaba los rostros sorprendidos de sus habitantes el día
que descubrieron el hielo.
Tuve
que hacer un esfuerzo para regresar a la butaca. Los objetos
cotidianos me reconciliaron con un tiempo cercano pero enterrado en
el olvido: un cenicero de cristal tallado, el teléfono de la
pensión, los azulejos de la cocina, el cuadro con imágenes de
cacería, el armario del cuarto de baño,...
El
pueblo sevillano de la Isla Mínima representa el Macondo andaluz, el
territorio fronterizo en el que se puede ver reflejado cualquier
pueblo de los años 80. Aún perviven los símbolos de la larga
dictadura y sus prohombres mantienen su poder.
Resuenan
en los oídos el ruido reciente de los sables al tiempo que un sordo
rugido, el malestar creciente de los jornaleros, amenaza la aparente
calma.
Dos
muchachas han desaparecido pero a nadie parece preocuparles mucho. La
pareja de guardias civiles pone en entredicho su moralidad con sorna.
La vida de dos muchachas, casi unas niñas, no tiene ningún valor,
no hay un clamor popular por encontrarlas. Un silencio espeso se
arrastra por las calles del pueblo.
La
trama va creciendo en tensión, los protagonistas se pierden una y
otra vez en su búsqueda a través de una marisma impenetrable, cada
vez más parecida a la inhóspita jungla ecuatorial. Se suceden
persecuciones imposibles por carriles y canales. Siento la necesidad
de abrir el bolso y pasarle el móvil al policía para que fotografíe
una matrícula, para que avise a su compañero. ¿Cómo podíamos
vivir sin móvil en los años 80?
Al
final, piensas que la película ha acabado, pero no es cierto. En ese
momento te planteas que quizás estés equivocada, que es posible que
te hayan engañado, que nos hayan mentido. El asesino sigue libre y
no lo hemos reconocido.
En
la retina permanece la imagen de miles de flamencos del color de la
sangre poblando el amanecer en la laguna.
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