Despido el año enmelando pestiños. En una cacerola pequeña mezclo agua y miel y las llevo a ebullición. Pongo cinco o seis pestiños en el aguamiel y los dejo cocer unos segundos. Los aparto y los dejo enfriar en una fiambrera.
Durante décadas, desde el puente de diciembre hasta el día de Reyes, mi madre se dedicaba a esta tarea después de desayunar. Los muros de adobe de la casa se impregnaban del aroma a miel, ajonjolí, anís estrellado, clavo y canela. A veces, el olor viajaba hasta la calle y se enlazaba con los olores provenientes de otras casas. Toda mi calle, todo el pueblo olía a pestiños. Todo el pueblo comía pestiños, con ese sabor antiguo que hoy pocas podemos evocar.
El sábado compré varios kilos de naranjas en la frutería. Cuando veo naranjas siempre pienso en Rosario la Viñera, que acumulaba sacos de estos cítricos en su diminuta casa por prescripción médica. Como única medicina para prevenir los catarros de su inmensa prole de ojos verdes y azulas, el médico había recetado zumos de naranja, que ella se encargaba de hacer con un exprimidor manual.
Muchas veces pienso en escribir un relato sobre las mil y una anécdotas que conservo de la vida en mi calle, junto a los Viñeros, los Barrena, los Tornillo, mis primas las Lobas y un largo etcétera de familias que poblaron mi infancia. En ese relato, más triste que alegre, no puede faltar el día en que un coche fúnebre trajo el cadáver de la madre de los Chispa, que había muerto en el parto, y todos sus niños se arremolinaban junto al auto llorando.
En estas fechas, los sabores antiguos te traen historias añejas, que el paso del tiempo es incapaz de dulcificar.
Este año que acaba hemos podido detener al monstruo que nos acecha, con mucho esfuerzo y compromiso, aunque el monstruo, como el dragón del cuento, seguirá estando ahí cuando nos despertemos. Pero al menos, hemos respirado y la bocanada de aire fresco nos ha dado energías. No podemos decir lo mismo de las 55 mujeres víctimas mortales de violencia machista, a las que nadie nos devolverá y que los monstruos siguen negando.
Me produce una profunda pereza pensar en 2024. Antes de terminar la digestión del roscón de Reyes, ya estarán montando la portada de feria y el tiempo volverá a correr sin control alguno.
El mes de febrero, el más mustio del calendario, que únicamente sirve para hacernos pasar de la cuesta de enero a la maravillosa explosión de marzo, tendrá este año un día más, retrasando la llegada de la nómina y de la primavera.
Es poco probable que se detenga el genocidio palestino en 2024.
Es muy probable que Milei termine el año desgobernando Argentina.
Los monstruos harán todo lo posible por inocular más odio, por poner zancadillas a la democracia.
Pero yo he guardado esta foto dichosa desde el verano. Unas bicicletas que alguien aparcó en un chiringuito. Al fondo, la playa de Mangueta. El cielo azul, la sombra fresca, el camino de arena. También he aprendido que, para resistir, solo es preciso un libro, una infusión amiga, el abrazo de un ser querido.
A pesar de todo, seguro que encontramos momentos de felicidad en el nuevo. Ojalá que 2024 finalice con nuevos proyectos, salud y trabajo digno y que me pille en la cocina enmelando pestiños.
Comentarios
Gracias por escribir cosas como estás. Me has llevado en volandas a olores también de mi infancia. A realidades vividas. Sigue por favor.