He de confesar que yo también he ido a ver Barbie acompañada de dos mis hijas. Si no hubiera leído multitud de críticas y reseñas sobre la película, ni me lo hubiera planteado.
Siempre me han gustado las muñecas pero no las barbies. He preferido recién nacidos, como los baby born. Desde mi tierna infancia sufro el trauma de no haber conseguido una Nancy. Eran otros tiempos, peores sin duda, por más que la edad y el color sepia del paso del tiempo dulcifique los recuerdos y a los nueve años las niñas ya no eran visitadas por los Reyes Magos.
Mis hijas sí jugaron con barbies, tal vez menos que otras niñas de su edad, porque su madre tenía cierta aversión hacia el estereotipo de rubia con piernas infinitas y cintura inverosímil.
La pantalla del cine de verano de Tomares acogió el estreno del éxito cinematográfico del momento. Veladores de plástico blanco detrás de varias filas de incómodas sillas metálicas. Montaditos, serranitos, patatas fritas, botellines de Cruzcampo, tinto de verano, refrescos, palomitas y el crujido inapelable de las pipas con sal al ser partidas por los incisivos.
Un público heterogéneo hacía cola una hora antes de la apertura de la taquilla. Familias con niños y niñas de todas las edades, pandillas de jóvenes y grupos de mujeres que superaron con éxito la menopausia.
A este escenario hay que añadir una noche clara en la que se podía respirar aire fresco y el cielo estrellado del Aljarafe sobre nuestras cabezas.
Por cierto, un escenario no apto para exquisitos cinéfilos, que no habrían soportado el trasiego de comida y bebida, ni el murmullo continuo de un público que no calló durante la proyección.
Es justo reconocer que Mattel se ríe de sí misma, de su modelo empresarial masculinizado, del capitalismo, el consumismo y el mismísimo patriarcado. Incluso yo, que rozo el analfabetismo en Economía y Ciencias empresariales, soy capaz de prever un aumento mayúsculo de las ganancias.
Esta Navidad, los Reyes Magos, Papá Noel, Santa Claus y todos los seres mágicos del universo traerán barbies y ken a todos los hogares en que habite una niña y me arriesgo a apostar que también serán regaladas a niños. Hay que ampliar mercado, que no es tonta Mattel.
"El fin justifica los medios" proclamaba Maquiavelo.
También nosotras, las feministas, nos deberíamos aplicar la célebre frase. Podemos alegar contra el uso comercial del feminismo y argumentar que no se habla de la doble o triple discriminación que sufren mujeres migrantes, racializadas, lesbianas o discapacitadas. No aparecen trabajadoras precarias ni se nombra la situación de las mujeres en países no occidentales. Ni siquiera se toca el tema de la violencia de género.
Más bien parece un feminismo para mujeres profesionales de clase media, si es que existe, y de clase alta.
A pesar de ello, no es mala idea aprovechar que millones de personas en el mundo están viendo una película donde se habla de feminismo, patriarcado y estereotipos. Es difícil resistirse a la tentación de poner en bucle el magnífico discurso de América Ferrara.
El papel de los hombres es tratado como los juegos de inversión de roles que las coeducadoras usamos con los cuentos tradicionales. Poner a los Ken en el espejo de la cosificación, el mansplanning , la condescendencia y la masculinidad tóxica desató la hilaridad de las mujeres que llenaba el cine de verano, una risa que comenzó en la primera escena y no finalizó hasta que los créditos ocuparon la pantalla.
No escuché a ningún hombre reír. Es probable que se sintieran incómodos. No he tenido la oportunidad de comentarlo con ninguno de ellos.
Ante su desasosiego, pienso en mi hija M, que levantaría la ceja izquierda al tiempo que exclamaría:
-"¡Qué piel más fina!"
Estamos de acuerdo en que si no podemos bailar, no es nuestra revolución, si no podemos reír tampoco lo será.
Así que riamos, amigas, con todas las imperfecciones de Barbie, a pesar de Mattel y a costa de Mattel.
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