En 2021 falté a la cita de escribir una entrada de fin de año en este blog que tengo tan abandonado en los últimos tiempos. Los meses corren como un bólido de carreras y me siento una tortuga que intenta atraparlo.
No me considero especialmente navideña. Me abruman las guirnaldas de bombillas y los centros comerciales a rebosar. Sin embargo, disfruto haciendo de intermediaria de los Reyes Magos, Papá Noel o cualquier otro ser mágico y no le hago ascos a ningún tipo de dulce, desde los pestiños al panettone, terminando por el roscón de Reyes, sin importar origen o nacionalidad.
La escritora francesa Annie Ernaux se refiere a “la memoria del hambre” que conservaban sus mayores. Algo similar nos ocurre a quienes crecimos con familias supervivientes de una guerra mal llamada civil y una dictadura. La memoria no nos trae recuerdos divertidos de aquellos días fríos de diciembre, en los que no había regalos en los calcetines. En todo caso, me acompaña el olor a clavo y ajonjolí de los pestiños que mi madre preparaba en cantidades industriales; el lomo en orza cuya manteca se derretiría al ser calentado y el bacalao en remojo para ser desalado.
A pesar de mi escaso espíritu navideño, esta vez no me planteé refugiarme para sobrevivir a las fiestas. Incluso compré una flor de pascua para decorar el salón. Quizás, haya influido que disfrutaremos una Navidad sin mascarillas después de dos años de miedo pandémico
Siempre preferí la Nochevieja, con su estallido de alegría y sus deseos de felicidad y esperanza en un nuevo comienzo, frente a la Nochebuena, cuando se hacen visibles todas las ausencias.
Hoy he intentado hacer un balance del año:
El mejor poema: “Hay una fila de mujeres detrás de mí” de Ana Pérez Cañamares
El mejor lugar: el cabo de Formentor
La mejor ruta: la carretera entre Valldemosa y Soller
La mejor canción: “El Romance de Curro el Palmo”, interpretada por Serrat en su despedida en Sevilla
El mejor libro: “Servicio de lavandería” de Begoña M. Rueda
La mejor serie: “In my skin”
Ayer me vacunaron de la 4ª dosis contra la Covid y esta mañana he hecho algunas de las tareas con las que más disfruto: tomar un café descafeinado con leche sin lactosa y sin azúcar (la edad no perdona) en una cafetería de Tomares; entrar a comprar en las tiendas pequeñas; asomarme a felicitar el año nuevo en la librería; pararme a saludar a la gente; conversar con una antigua compañera y ponernos al día sobre las próximas jubilaciones.
Este año ha terminado desgarrándonos por el repunte de casos por violencia machista, pero no ha minado nuestras ganas de seguir luchando por un mundo más igualitario y más justo.
El año que vendrá será aún más intenso en lo político. En lo personal, supondrá la entrada en otra década, antesala de la jubilación cada vez más cercana y también la oportunidad para caminar de la mano de mi hija por otra isla.
Un año nuevo es como el estreno de una obra de teatro representada decenas de veces, pero en un nuevo escenario, con un público desconocido y eso siempre emociona. Para despedir un año viejo, no existe nada más hermoso que pasarse varios días deseando felicidad, salud, amor y más felicidad. Sirvan estas palabras para expresar mis buenos deseos y ojalá el Tienta Panzas os pille esta noche con la tripa bien llena.
PD: en la imagen, una chimenea de Valldemosa
Comentarios
Sin palabras, como siempre.
Un gran abrazo. 😘😘