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El año pandémico

 Acudo a esta cita anual de Nochevieja abrumada por las dudas. Escribo porque escribir también es resistir. Escribo para cerrar la puerta a este fatídico año que, sin embargo, acaparó el inicio más ilusionante.

Vivíamos con la certeza de que, a pesar de las crisis, los nefastos gobiernos, el desempleo pertinaz y la violencia de género que no cesa, teníamos la fortuna de ser la primera generación de la historia de España que no sufriría una guerra. Pero estalló la pandemia, la distopía se hizo real y destrozó la quimera.

A pesar de ello, hay que sacar fuerzas para decir adiós al año en que perdimos la primavera, convertida en un inmenso agujero negro que se tragó nuestros sueños, el año de la leve tregua de verano, paseando con mascarillas a la orilla del mar, del miedo a la vuelta al cole en septiembre y al desasosiego de la segunda ola, con la fatiga pandémica inoculada en nuestros huesos.

Tapiamos con piedras el final de este 2020, que quisiéramos olvidar, en el que aprendimos a preguntar primero por la salud, de verdad, sin retórica, para continuar con la frase “No nos podemos quejar”.

No nos podemos quejar porque aún no hemos enfermado, aunque la hipocondría te obligue a dormir cada noche con el termómetro al lado, por si acaso, y te dé un espasmo cada vez que alguien tosa a tu lado.

No nos podemos quejar quienes no hemos perdido (crucemos los dedos) a alguien cercano.

No nos podemos quejar de haber sufrido un despido improcedente, en plena pandemia, de ese empleo precario, porque tu madre te puede alimentar y no te falta el wifi, el Netflix y si me apuras, el Spotify.

Nos debemos felicitar por la resiliencia del ser humano, que ha hecho posible que te enamoraras durante los días más duros del confinamiento y mientras el mundo se derrumbaba, tú salías al balcón a bailar y cantar “Resistiré”, porque alguien te esperaba al otro lado del Whatsapp.

Ha sido el año de encomendarse a los ancestros: a la abuela Rosario, que murió de parto en los años treinta; al abuelo Miguel que no superó una fiebre tifoidea en la posguerra. Pero, sobre todo, a la abuela Pepa, que falleció después de los noventa ejerciendo de madre cuidadora hasta el penúltimo momento; al abuelo Antonio, recluta forzoso en la guerra de Marruecos, superviviente en el Barranco del Lobo, viudo joven con una caterva de hijos e hijas que, en la vejez, acunaba a las nietas cantando flamenco.

Nuestra estirpe de pobres jornaleros y jornaleras andaluces, emigrados a todos los confines del país y parte del extranjero, no admite la palabra rendición en el vocabulario.

Por quienes nos precedieron, por las sucesoras que se asomaban al balcón cada tarde, no podemos perder la esperanza de que el año próximo nos traiga vacunas, vacunas y más vacunas, abrazos, besos y felicidad, con o sin mascarillas.

 

 

 

Comentarios

eva fernandez ha dicho que…
Cómo siempre, me emociona leerte. Me emociona porque te escucho contarme esas cosas, porque compartimos sentimientos vividos, cada una en su espacio, pero tan parecidos...
¡GRACIAS!, gracias por cerrar de esta forma el año, este año duro, y a veces, insoportable. Gracias por estar ahí, por escuchar, apoyar, acompañar, proponer, sostener ..., Por dar esperanza. ¡Gracias y feliz año por estrenar!
Un abrazo Pepa
Lina ha dicho que…
Que sensibilidad para describir las emociones, los miedos y , por increible que parezcan, las alegrías durante este largo año...Me emociona leerte porque calas y puedes reconocerte en tus palabras
Amelia ha dicho que…
👏👏👏👏👏👏👏 ¡Eres genial Pepa!
Como sabes expresar lo que la mayoría de los que te leemos. Ese es uno de los fines de la Literatura, que veamos reflejados en los textos nuestros sentimientos. Tú consigues eso y mucho más. Te quiero mucho amiga/ hermana, como dice Clara. 😘😘😘😘

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