En la colada de la mañana
ha aparecido un retazo de infancia. Los ojos tristes del oso panda reclamaron durante
meses su ración de agua y detergente. El lince ibérico, el más amado de todos
los seres que habitan los dormitorios, se despereza sobre el tendedero del patio.
Y el leprechaun sonríe burlón columpiándose merced a su verde sombrero irlandés.
El verano ha convertido el
nido en un trasiego de maletas y mochilas, billetes de autobús, cancelaciones
de vuelo, calendarios imposibles y empleos precarios que imponen su dictadura
inapelable.
En este preludio del nido
vacío en que deviene el verano, las mañanas se pueblan de silencio.
La limpieza general permanece
imperturbable como la secular costumbre de las mujeres del sur durante los días
largos del estío. En mi memoria, las vecinas encalan fachadas y paredes con
brochas atadas a cañas del arroyo y puedo distinguir el olor cálido de la cal
viva vertida en el cubo.
Te asomas a la escalera
con una colección de cuentos para primeros lectores de la editorial Parramón y
me niego a que te deshagas de ellos. Contemplo las letras en cursiva y las
bellas ilustraciones de sus páginas. No concibo mejor destino que otras manos
diminutas acariciando sus hojas. Quizás, tal vez, algún día.
Esta mañana han emergido
de la lavadora las risas del día de Reyes, el sabor del jarabe, las noches de
fiebre abrazadas al león de peluche, los pijamas y los chupetes que aún se
resisten a abandonar el fondo recóndito de los cajones.
Comentarios
¡¡¡Se nos han hecho grandes!!!
¡Qué penita!