No importa cuán estrecho sea el camino,
ni cuántos castigos lleve a mi espalda.
Soy el almo de mi destino.
Soy el capitán de mi alma
W. E. Henley
Estos días de calor insoportable,
cuando el termómetro de mi aula supera los 30 grados, intento que mi alumnado
conozca a Nelson Mandela.
Surgió por casualidad, durante
una clase de inglés que hablaba de Sudáfrica. Sus cabezas de diez u once años
ignoraban todo sobre el apartheid y el presidente de Sudáfrica. Como un hilo
del que se tira, surgió el poema Invictus y la película del mismo nombre. Lo
leímos en voz alta, comentamos las estrofas, el vocabulario y hasta analizamos
la rima.
La película no es fácil de
entender para sus edades. Se la proyecto en dosis pequeñas y voy parando para
explicar algún concepto o intentar que fijen su atención en algún detalle (los
barrios de la población negra, la raza del personal de la casa presidencial…).
Estuve a punto de abandonar. Pero G, unos días después de ver el primer trozo,
me preguntó, emergiendo de su habitual mundo distraído:
- ¿Por qué los "seguratas" negros
no quieren trabajar con los "seguratas" blancos?
¡Eureka!, pensé. Así que
continuaremos porque el mensaje está calando.
El jueves del Corpus, fiesta por
estos lares, dediqué la tarde a ver una película que se había estrenado en 2006,
una de esas películas que una aparca porque ya sabes el final, porque tu
corazón no se permite más angustias, porque necesitas una buena porción de
ánimo de la que nunca dispones.
Cuando paraba y ojeaba el Facebook
y el twitter, leía los titulares que se referían a la fecha histórica del 15 de
noviembre de 1977, las primeras elecciones democráticas.
Guardo un nítido recuerdo de
aquel momento. Yo tenía 14 años y al día siguiente partía de viaje final de EGB
hacia Cazorla, organizados por un grupo de maestros y maestras que pensaban,
como Mandela, que “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”.
Era mi primer viaje, si descontamos las aventuras con Salgari y Julio Verne.
Aún no había pisado la arena de la playa y en las pocas excursiones en las que
había participado (Córdoba, Granada…) no despegaba los ojos de la ventanilla
del autobús intentando retener en la retina cada recodo de la carretera.
Aquel quince de junio del 77
consiguió que el miedo fuera la excusa para que a algunas de mis compañeras
(niñas, qué casualidad), no les permitieran hacer un viaje de varios días con
sus consiguientes noches, a pesar de la insistencia de Maribel, mi maestra.
Recuerdo aquel quince de junio
porque el dieciséis, a las seis de la mañana, entré en la panadería de
Domínguez, que pervive en mi memoria sacando el pan del horno. La radio lo acompañaba
y mientras me cobraba los bollos para mis bocadillos le pregunté el resultado
electoral. A pesar de mi corta edad, yo estaba muy interesada en el proceso e incluso había asistido a un mitin donde intervino Margarita Laviana en el comedor del colegio ante un público mayoritariamente masculino.
-Ha ganado la UCD, me respondió
el hombre que años después tendría la desgracia de protagonizar otro hito
amargo de la historia.
El viaje en autobús con Manolo
Andújar como intrépido conductor tiene algo de viaje iniciático, de aventura mítica
porque pocos conservamos el recuerdo de aquellas tiendas de campañas prestadas
con aspecto de jaimas, practicando la acampada libre en la Fuente de la
Pascuala, paseando por un Coto Ríos asombrado con aquella chiquillería que
sacaba a las ancianas de sus casas para mirar boquiabiertos a aquel grupo de
niños y niñas desaliñados.
Durante los siguientes cuarenta
años, todos los niños y niñas del pueblo han culminado su paso por el colegio
con un viaje a Cazorla, un hilo invisible que une a distintas generaciones, que
comparten la vivencia de los pies helados en el río Borosa y el sendero hasta
la cerrada del Utrero.
Este jueves día 14 de junio de
2017, pasé la tarde viendo la película “Salvador” sobre Salvador Puig Antich,
el último condenado a garrote vil por Franco, tan solo tres años antes de aquellas
elecciones del 77, de aquel viaje a Cazorla. Mientras lloraba con el corazón
encogido, como había temido, busqué en Internet información sus hermanas, que
no han dejado de luchar para que el crimen no caiga en el olvido y sobre su hermano
el psiquiatra, sin conseguir extraer la punzada de dolor que se había alojado
en mi vientre.
Al día siguiente, en clase, me
preguntó mi alumnado:
- ¿Hoy vamos a seguir viendo la
película de Mandela?
Desde el fondo del aula
comenzaron a vocear:
- ¡Mandela! ¡Mandela! ¡Mandela!
En la mejor escena de Invictus,
cuando el capitán del equipo de rugby visita la cárcel y la voz de Morgan
Freeman recita el poema de fondo, mi compañera entró y nos preguntó sobre lo
hacíamos. Intenté recitarle alguna estrofa del poema de Henley pero la memoria
me falló y los versos se enredaron en mi lengua. Por suerte, P., tan pequeña y
tímida, sin que nadie se lo pidiera declamó:
“Soy el amo de mi destino.
Soy el capitán de mi alma”
Esta mañana de sábado, el
asfalto de las calles sigue ardiendo. He abierto el álbum donde guardo algunos
objetos que me traje cuando se vendió la casa de mis padres. Allí están a buen recaudo
algunos de mis tesoros. He releído la carta que mi abuelo Antonio envió a su
mujer desde el cortijo de Santaella en el que trabajaba cogiendo aceitunas en
1930 (“que me acuerdo mucho de ti, Rosario, y te mando cinco duros con el
operador”). He acariciado el trozo de cartón reutilizado en el que la letra de
mi padre escribió la receta de los pestiños, como si pudiera rozar su mano. No
he hallado, como imaginaba, ninguna foto de aquel primer viaje a Cazorla de
hace cuarenta años. He pensado en Maribel Hidalgo, empeñada en sembrar flores y
árboles en el colegio de mi pueblo y en Manolo Amaya, recogiendo troncos con el
que construir un fuerte del Oeste, con la esperanza de que el colegio sea el
mejor y el más hermoso de los lugares.
Esta mañana de caluroso sábado, he
creído que quizás el amor no sea tan corto y que tal vez no sea tan largo el
olvido.
Comentarios
Gracias Pepa, por todo, porque siempre me emocionas, porque siempre estás y por lo que aprendo de ti cada día. Te quiero
Sin duda hicieron mella en nosotros tan hondamente que el paso de los años no van a conseguir que se borren de nuestras memorias.
Nos hicieron mejores personas, porque nos transmitieron sus conocimiento con pasión y cariño, como seguro ahora tú lo estás haciendo con tus alumnos.
Un placer leerte.
Besos.