Los primeros días de clase, con
el calor pegajoso en la piel y añorando la brisa del mar, la maestra comienza
el curso con mucha energía. Primero advierte que no se encuentran ante ninguna “seño”,
que ella es maestra y si resulta complicado, prefiere que la llamen por su
nombre de pila.
- “¡Qué seño más rara!”, piensan
sumidos en la perplejidad.
Suele disfrutar haciendo juegos de
presentación y de cohesión grupal. Hay una actividad que le gusta especialmente: cada
niño o niña debe presentarse acompañando a su nombre una cualidad que los
caracterice.
Este año, cuando toda la clase se
hubo presentado, la miraron veintisiete ojos curiosos:
- ¿Y tú maestra? ¿Qué dirías de
ti?
La maestra duda. Resulta
aterrador autocalificarse, encontrar una palabra que te defina, desvelar la
idea que una posee de sí misma, que es posible que no coincida con el resto de
la humanidad.
En ese momento de duda, la imagen
de su padre cruzó por su mente y evocó una de sus frases más repetidas.
- “La honra es lo único que tiene
el pobre”
La maestra tomó la tiza y
escribió en la pizarra, junto a su nombre la palabra HONESTIDAD.
Los diccionarios vieron alterados
su letargo veraniego por cincuenta y cuatro pequeñas manos, que se abrían paso
entre sus hojas, para hallar el sentido de una palabra desconocida.
La maestra ya no está en edad de
creer en ortodoxias, en purezas y coherencias, pero aún mantiene en su fuero
interno ese concepto antiguo de la honra, un vocablo pegado a la tierra, que en
Andalucía suena a veces con la h aspirada.
Al volver a casa, continuó
meditando sobre esa palabra tan antigua que nunca habían escuchado esos oídos
infantiles.
Recordó al alcalde de Zalamea (“Que soy noble por
cinco o seis mil reales; y esto es dinero y no es honra; que honra no la compra
nadie.” «Aquella misma que vos, que no hubiera un capitán si no hubiera un
labrador») y las memorables discusiones en torno al origen de la corrupción que
rompe las costuras del país.
La maestra protesta ante quienes
argumentan que está en nuestro ADN y se enfada con quienes culpan al paupérrimo
Lazarillo de los desmanes de ladrones de cuello blanco y maletín ministerial.
Piensa, ingenua, que más bien
somos descendientes de Quijotes sin molinos, Sanchos sin ínsula, intrépidas
Doroteas y rebeldes Marcelas.
Al transcurrir los meses, los
niños y las niñas saben que la maestra que no se llama seño odia la mentira,
pues conlleva falta de confianza. También se enfada si se pisan el turno de
palabra o interrumpen antes de que acabe quien está hablando, empeñada en
hacerles entender que debatir no tiene ninguna relación con “Sálvame”.
La semana pasada, C, pequeña
brujilla empoderada, alzó su mano y preguntó:
-Maestra, si Rajoy miente, ¿por
qué sigue siendo presidente?
La maestra se quedó sin
palabras, agotada de luchar contracorriente en un país que premia al estafador
disfrazado de político, al arribista sin escrúpulos, al mayor mentiroso; una
sociedad que ríe las gracias al mentecato de turno, al zafio o la zafia, a la
lengua viperina…
Cuando era joven y el mundo aún
albergaba esperanzas, cantaba Nacha Guevara unas hermosas estrofas, que la
maestra, hoy, quisiera parafrasear:
Escribo tu nombre
en las paredes de mi ciudad
escribo tu nombre
en las paredes de mi ciudad
en las paredes de mi ciudad
escribo tu nombre
en las paredes de mi ciudad
Tu nombre verdadero
Tu nombre y otros nombres
Que no nombro por temor
Yo te nombro Honestidad
Tu nombre y otros nombres
Que no nombro por temor
Yo te nombro Honestidad
PD: “Concepto de honestidad. La honestidad, del término
latino honestĭtas, es la cualidad de honesto. Por lo tanto, la palabra hace referencia a aquel que es decente,
decoroso, recatado, pudoroso, razonable, justo, probo, recto u honrado, según
detalla el diccionario de la Real Academia Española (RAE).” Del recato y el pudor podemos prescindir, pero el resto de los
sinónimos cada vez son más necesarios.
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