Solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes
Durante las Nocheviejas de mi infancia visitaba mi casa el Tienta-Panzas. Era un hombretón que caminaba a grandes zancadas, por los senderos embarrados, entre los olivares, cargando al hombro con un saco cuyo contenido nadie conocía. Este pastor tenía como misión tocar los vientres de los habitantes del pueblo y determinar si las tripas comenzaban el año llenas o vacías. En Nochevieja había que comer mucho para que el Tienta-Panzas no te condenara a un año de hambruna.
La magia del Tienta-Panzas, mi tío Juan viajando por sorpresa desde Holanda con una botella de champán, las uvas en la plaza del pueblo, repartiendo besos y abrazos con generosidad, me compensan de la triste Nochebuena siempre sobrada de ausencias.
El año que por fin acaba ha sido el año de la vergüenza.
Ha conseguido que me sonrojara al pasar delante de los quioscos y ver los informativos de TV. Incluso temía consultar la prensa digital y pasaba de puntillas por las redes sociales.
He sentido tanto bochorno por el espectáculo de algún partido que se auto-proclama de izquierdas que no me hacía reír ni los chistes del Gran Wyoming. Porque ya habíamos resistido cuatro años, nadie nos podía pedir otros cuatro más.
En el 2016 se han cumplido las profecías de las más agoreras, las más cenizas, las que pensábamos que lo nuevo iba a destruir lo poco viejo bueno sin conseguir asaltar los cielos.
Ha sido el año en el que la insensatez se ha adueñado del Planeta eligiendo presidentes de esperpento, manteniendo guerras insensatas, mostrándonos imágenes de seres humanos que huyen y se encuentran las fronteras cerradas, los corazones gélidos.
Este año me ha dejado exánime, agotada, sin esperanza, sin un horizonte, buscando ficciones a las que huir, refugios interiores en los que exiliarse.
Si esta noche viene el Tienta-Panzas a mi casa, solo hallará vergüenza en mi interior y ese sentimiento me acompañará durante todo el año. Aunque los números impares nos sean de mi agrado le voy a dar una oportunidad al nuevo año.
El 17 es un número primo, solo divisible por sí mismo y la unidad, y por tanto, único, original, irrepetible.
Lo siento, Tienta-Panzas, te vas a llevar una sorpresa, porque la ilusión siempre cumple diecisiete años y me vas a encontrar cantando junto a Violeta Parra:
“Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber,
ni el mas claro proceder ni el mas ancho pensamiento
todo lo cambia el momento colmado condescendiente,
nos aleja dulcemente de rencores y violencias
solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes”
ni el mas claro proceder ni el mas ancho pensamiento
todo lo cambia el momento colmado condescendiente,
nos aleja dulcemente de rencores y violencias
solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes”
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