Hay aún muchos días por amanecer (Henry D. Thoreau)
Daniel Dafoe arrojó al mar a Robinson Crusoe y lo abandonó en una isla tropical. Para situar una novela con dos personajes solitarios, que no poseen nada y han de comenzar su vida desde cero, Rodríguez del Corral podía haber elegido Siberia, el desierto del Sahara, el de Atacama, el Ártico o una isla del Pacífico. No precisa el autor realizar ningún viaje y nos narra la historia en un verano de Sevilla, una ciudad calcinada y desértica, donde sus habitantes se refugian durante el día en el aire acondicionado de sus sombrías guaridas, para aparecer tímidamente por las terrazas nocturnas.
Lejos, muy lejos, de la postal turística de series y películas de éxito, los personajes recorren un barrio del centro histórico (San Lorenzo), nada típico y mucho menos tópico.
Es de agradecer esta semblanza de la ciudad de las personas, de gente de barrio que se reconoce, una Sevilla que se aparta de la imagen de mero decorado.
En una azotea, con una tumbona y un par de macetas encuentran los náufragos su oasis, el vergel donde cada atardecer Robinson- Amparo y Viernes-Felipe, que no tienen porvenir aunque temen el pasado, aprenden a reconstruirse a sí mismos.
Con el telón de fondo de la corrupción, la crisis, la pobreza, el deshonor, el suicidio, la depresión y la soledad, José Luis Rodríguez del Corral nos empuja al Carpe Diem (" Cuánto más provechoso que vivir cada día como si fuera el último era vivirlo como si fuera el primero"), a la esperanza, a la capacidad de cada cual de convertirse en su propio ave fénix.
Y de momento, como Viernes-Felipe, " estoy aquÍ...escondida. Esperando que pase el verano"
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