Los lunes por la mañana, el metro de Sevilla huele a puchero. También a albóndigas en salsa, lentejas con chorizo y croquetas caseras de pollo. Las maletas en el suelo de los vagones los delatan. Vienen cargadas de fiambreras que las madres fueron llenando durante el fin de semana. La muchacha de larga melena ondulada subía en la estación del Prado de San Sebastián. Parloteaba sin tregua con su compañera en su afán por hacerla partícipe de las novedades del fin de semana. Movía las manos para dar más énfasis a un discurso enhebrado con el ceceo propio de la Sierra Sur. Entre el gentío del vagón, yo me quedaba perpleja ante su oratoria y la imaginaba en un estrado defendiendo sus argumentos con valentía. Los muchachos que se sentaban juntos venían del mismo pueblo. Se apeaban siempre en San Bernardo. Tal vez estudiaban magisterio o psicología, quizás económicas o derecho. Sus apuntes estaban subrayados con rotuladores de colores vivos: amarillos, rosas, naranjas, azules,... Se p...