-¿Dónde
estará?, me pregunto.
La imagen se muestra nítida
en mi mente: el fondo violeta, las letras blancas en cursiva, el
cuadrado perfecto.
Me
agacho bajo la mesa de estudio de A.
-Mira
en esa estantería, A. ¿No ves una máquina de escribir?
Mi
hija mayor se impacienta. Está haciendo problemas de genética con
una compañera por Skype mientras busco una vieja Olivetti negra.
M entra en la habitación y señala encima del armario. Aparecen dos máquinas de escribir, una blanca y otra negra. Cuando sostiene la Olivetti, una leve nube de polvo se extiende por el dormitorio.
Pienso en A, en la genética, en las herencias maternas en forma de alergias, en los miles de millones de ácaros pululando por su dormitorio mientras comparte dudas por Skype.
C
me grita desde el salón:
-¡No
encuentro la cámara de fotos!
Reniego
y maldigo de esta casa en la que nunca encuentras lo que necesitas.
-Pues
trae mi móvil, contesto.
Mis
hijas no entienden que quiera hacer una foto a una vieja pegatina violeta que lleva décadas adherida a una máquina de escribir,
un trasto inútil que piensan heredar como la alergia a los ácaros.
Durante
las últimas semanas leo y escucho antiguos argumentos, debates que
creía superados. Hablan de plazos, malformaciones, riesgos para la
salud de la madre. Mis oídos no dan crédito a tanto desatino.
Me
niego a replicar. No estoy dispuesta a regresar al pasado.
No
regresaré a un país donde las niñas mis amigas parían a los
quince años.
En
este país ninguna muchacha abandonará el instituto para casarse.
Ninguna
joven aparcará la carrera para cuidar a un bebé que no desea.
Las
mujeres no volverán a tomar agua hervida en estropajo para abortar.
Ninguna
chica hará el amor con el miedo al embarazo agazapado en la
almohada.
Nadie
se tirará por una escalera para perder el feto que crece en su
interior.
Ningún
bebé nacerá sin ser deseado
No
pienso discutir sobre embriones y fetos, porque ese debate pertenece
al pasado.
Esta
tarde de domingo he rescatado la vieja pegatina violeta. La usaré
como un talismán para proteger a mis hijas, a mis sobrinas, a todas
las niñas y muchachas que me rodean. Repetiré su lema como un
mantra, como una oración laica.
No
volveré a debatir este tema porque hace treinta años ya lo tuvimos
claro:
“Libre
y gratuito”
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Un abrazo, Puerto