”Conbidar
le ien de grado, mas ninguno non osava”
-Mamá,
ayúdame, por favor, que no entiendo el castellano antiguo.
-Coge
el glosario y lo leeremos juntas. Verás cómo te va a gustar el Mío
Cid.
La
madre intenta explicar la escena. El guerrero duro como el acero,
triste, cansado, cubierto de polvo, sediento. La ciudad silenciosa,
las puertas cerradas, el miedo que se palpa en Burgos.
“
que perdiere los averes e más
los ojos de la cara”
Aparece
una niña de nueve años. Nueve años. Pequeña, tierna, ingenua niña
de nueve años que habla al guerrero erguido sobre el caballo.
“Esto
la niña dixo e tornós pora su casa”
Muchos
años atrás, en la escuela de magisterio, algunos de sus compañeros
canturreaban la entrada del Cid en Burgos. A ritmo de un compás
flamenco acompañaban los versos con palmas:
“De
los sos ojos tan fuertemente llorando,
tornava
la cabeça i estávalos catando.”
-Ya
voy entendiendo. Creo que puedo continuar sola.
La
madre se lamenta de no poder transmitir la emoción de la escena, la
fragilidad de la niña de nueve años y el dolor del guerrero.
Con
la distancia que otorga el paso del tiempo, admite la inoperancia de
un plan de estudios que junto a plástica, música o gimnasia
incorporaba una materia denominada Crítica literaria. Para ella, tan
poco habilidosa con las manualidades, estas asignaturas suponían una
auténtica tortura. Sin embargo, no había nada más placentero que
las clases de Doña Elena Barroso.
En
un aula estrecha como un tubo, se congregaban más de 50 estudiantes
soñolientos, frente a aquella mujer delgada y menuda. Doña Elena
iba diseccionando los recursos literarios, el tiempo de los verbos,
la métrica, el ritmo, las pausas, el verso, la rima, los
hemistiquios, las clases de palabras, las metáforas, los símbolos,
el fondo y la forma. Una vez que había analizado todos los elementos
emergía, como un tesoro, el poema. Y allí, delante nuestra,
aparecía Don Antonio Machado, con su torpe aliño indumentario y las
botas manchadas de barro, paseando por la curva de ballesta que hace
el Duero a la salida de Soria. Las lluvias de abril y el sol de mayo
inundaban el aula y podían tocar el tronco del olmo seco, hendido
por el rayo y en su mitad podrido.
La
madre piensa que nunca conoció nada más hermoso que una clase de
Crítica Literaria con Doña Elena aunque quizás no fuera una
asignatura muy oportuna en su plan de estudios y supusiera un escollo
insalvable para un buen número de estudiantes.
Ayer
se entrevistó con el profesor de Lengua de su hija. Revisó los
exámenes donde se le argumentaba que no se habían escrito con
exactitud las definiciones de los recursos literarios, no se habían
volcado los apuntes sobre historia de la literatura medieval. Solo se pedía la memorización. Nada de comentarios de textos, recrearse en una metáfora o mecerse en un verso. Nada de emoción.
Cuando
ve a la muchacha empeñarse en los textos medievales su mente no cesa
de repetir un verso, como si de una oración se tratara.
¡Dios,
que buen vasallo, si oviesse buen señore”
PD: El vídeo es obra de M. López
Comentarios
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve,
que sabe arrancarlas!
¡Ay, -pensé-, cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: "Levántate y anda"!
Gustavo Adolfo Bécquer
Cómo me gusta este poema y que gran reto para quienes nos dedicamos a educar
Gracias, Pepa, por recordar esos momentos que marcan tanto en una vida.
Un abrazo.