He
de confesar que acudo a un gimnasio solo para mujeres. Me
auto-inculpo de este pecado nada venial, pues aborrezco de todo
espacio capaz de excluir a cualquier persona.
Sirva
como atenuante que el gimnasio está justo al lado de mi casa y la
fachada está pintada en tonos rosas y violetas, por lo que resulta
difícil no caer en la tentación.
Lo
visité poco después de su apertura. La gerente, rubia con mechas,
talla 36, tacones de 10 centímetros y blusa de leopardo, me recibió
con un peso, una cinta métrica y la más hipócrita de sus sonrisas.
-¡Quieta!,
le advertí. A mí no me mide ni Dios y para decirme que pierda
peso debes tener, por lo menos, un grado en medicina.
Escapé
como si me hubiera topado con Freddy Krueger y no regresé hasta un
año más tarde, cuando me había recuperado de la primera impresión.
La
gerente seguía allí, encaramada en sus taconazos, pero esta vez le
puse bien claras mis condiciones y me matriculé.
Hice
de tripas corazón para no mirar la almibarada decoración, al estilo
de Barbie Malibú, la música pachanguera demasiado alta y las
camisetas para anoréxicas.
-¡Todo
sea por la salud! Suspiré.
Asisten
al gimnasio mujeres de todo tipo: jóvenes, mayores, altas, bajas,
delgadas, gordas, arrugadas, siliconadas,... En la entrada hay un
espacio con juegos, lápices y colores para niños y niñas. Siempre
hay un par sentado allí o en la escalera, atisbando a sus madres en
los aparatos.
Continuamente
nos intentan motivar con todo tipo de juegos y festejos. Una vez
inventaron una gymkana que incluía barrer el suelo como una prueba a
superar. Cuando me acercaron la escoba solo tuve que levantar una
ceja para que la retiraran inmediatamente.
Suelo
evitar las fechas señaladas y los eventos, aunque a veces no me
queda más remedio que acudir el día de una celebración. Da igual
que sea Navidad, Carnaval, el Día de la Madre, la Feria o el Rocío.
Yo siempre encuentro ridículo el festejo, me apena el disfraz de las
monitoras, me sonrojo ante los premios. Lo peor es Halloween porque
he de intentar superar la grima y practicar mis ejercicios sin tocar
las telarañas que adornan los aparatos (¡Puah, qué asco!)
Después
de un año de gimnasia, mi espalda me lo agradece cada día y yo
creía estar vacunada contra la vergüenza ajena. Sin embargo, esta
semana habían instalado un enorme tocador rosa, con su espejo rosa,
una gran caja de maquillaje rosa, cepillos rosa, todo ello adornado
con lazos rosas. Se trataba de un nuevo juego titulado “Más bonita
que ninguna”. Para ambientar el evento decoraron la sala de
aparatos con fotos con rostros bellísimos, bocas perfectas... La
mujer que sudaba a mi lado me habló compungida:
-Míralas,
ellas sí que son guapas.
-Estás
equivocada, le contesté. Las fotos están retocadas con photoshop.
Entonces
me detuve a observar a la docena de mujeres que se esforzaban en el
gimnasio: sin maquillaje, con el pelo recogido, cansadas tras la
jornada laboral, los niños asomados a la escalera,... Mujeres
jóvenes, viejas, gordas, delgadas, pero todas, todas, mujeres
bellas.
Comentarios
Muy bien escrito, Pepa. Me he reído con lo de la escoba, y es que te veo claramente, toda seria, con ese levantamiento de ceja tan tuyo.
Mucho ánimo con tu espalda, todo sea por la salud. Dile a las barbies que el heavy metal también queda fetén, y que el negro estiliza. Tanto púrpura. Lo que no creo que les guste mucho es el estilo 14N, jaja. Muacs!
Lo tutyo es arte, Pepa; como siempre, la palabra exacta en el momento adecuado, sin excesos.
Gracias por estos bocaditos de literatura.