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Norway: el camino del Norte


He de confesar que nunca he vivido por encima de mis posibilidades. Al contrario, siempre seguí los consejos de mis mayores que me educaron en la austeridad y la contención.
Pero si tengo que elegir entre poseer muebles o maletas, siempre elijo las últimas, aunque sean humildes y sencillas.
Este verano me preocupaba embarcarme en un viaje. Pretenden hacernos creer que el funcionariado es culpable de las desgracias de este país y a los recortes anteriores nos añaden la supresión de la paga extra de navidad y una subida del IVA que hará temblar nuestros castigados bolsillos.
-¡Carpe diem! Exclamé para mis adentros.
No sabemos qué nueva tortura nos depararán Merkel y Rajoy durante el crudo invierno y es posible que el próximo verano no podamos viajar al extranjero.
Así que empujados por el temor al riesgo de la prima, nos lanzamos a Noruega.
Enganchada como ando a Juego de Tronos llevaba el kindle a rebosar, ya que suelo leer mucho en los viajes, sobre todo si hay muchos traslados en autobús.
Al regresar he comprobado que apenas he leído, Jon Nieve sigue sin saber nada y yo he decidido que quiero ser noruega.
Si naces noruega, te garantizan el pelo rubio sin necesidad de camomila, los ojos claros, el cuerpo esbelto y fibroso, una baja maternal de hasta 52 semanas y no tienes que preocuparte por el techo de cristal. Además, las muchachas pasean solas por las noches de Bergen sin ningún temor.
Y Noruega está plagada de lagos-espejo que reflejan las montañas, las nubes, el cielo, los árboles...
Los noruegos y noruegas son gente tranquila, reposada, confiada, que no se altera fácilmente y sonríen siempre. Te sonríen el camarero, la dependienta, la recepcionista, la bibliotecaria (aunque te hayas colado en una biblioteca cerrada), el policía al pitar el arco detector de metales del aeropuerto.
Y los ríos bajan con furia por las montañas, produciendo una espuma tan blanca como nata recién hecha.
A pesar de ser uno de los países más ricos del mundo, esta es una sociedad poco derrochadora y nada ostentosa. Las casas de maderas, hermosas aunque sencillas, con ventanas sin rejas, sin persianas, sin cortinas, con interiores confortables y cuidados. Iglesias austeras coronadas de dragones y rodeadas de tumbas minimalistas. Pocos palacios, jardines reales abiertos al público.
Y numerosas cascadas salpican el paisaje. Cascadas delgadas como hilos, en grupos como las Siete Hermanas, con forma de botella como la del Pretendiente, enormes cascadas que rebotan el agua y hacen llover hacia arriba.
En Noruega impera el silencio. Los conductores jamás tocan el claxon; no hay ruido en las calles ni música alta surgiendo de los coches.
Y tienen fiordos de aguas transparentes a los que arriban los cruceros y que son atravesados por ferrys.
Todo es limpio en Noruega: los campos, los caminos, los barcos, las calles, los parques, las ciudades, las aldeas. El agua es limpia. El aire es limpio. Es el único país que conozco donde los servicios de los restaurantes de carretera están impolutos y nunca escasea el papel higiénico.
Y hay glaciares azules...
En Noruega tu móvil siempre tendrá cobertura, aunque navegues por un fiordo o hayas subido a una montaña.
Y valles glaciares...Y pinos...Y abetos...
Sin embargo, no todo es perfecto. La vida es muy cara, una cerveza cuesta ocho euros, un ticket de metro cuatro. Si no te gusta el salmón tendrás problemas de alimentación. Si no dominas el esquí difícilmente podrás salir de casa en el largo y oscuro invierno.
Tampoco son santos los noruegos pues no han abandonado la fea costumbre de cazar ballenas.
Y hay trolls en las montañas... Y uldras en las cascadas...
Hasta los años setenta, Noruega era uno de los países más pobres de Europa. Descubrieron un tesoro en forma de petróleo y lo han administrado con prudencia.
A España, hace más de 500 años, también llegó un tesoro en las bodegas de los barcos que regresaban de América. Pero nuestros gobernantes lo dilapidaron en guerras, palacios y catedrales mientras el pueblo moría de hambre.
No podemos negar que todos los noruegos no viven igual de bien y a pesar de las altas cuotas de igualdad, no han logrado erradicar la violencia.
Aquí nos sobra el sol, la alegría, las cervezas aún cuestan menos de 8 euros, tenemos iglesias y catedrales de todos los estilos arquitectónicos, repletas de tesoros litúrgicos... Pero no sería mala idea echar una ojeada al camino del Norte.




PS: Este post bien podía haberse titulado “El último viaje” o “Una P.I.G.S. entre vikingos”

Comentarios

jofelices ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
CARMENCA ha dicho que…
Me ha encantado viajar contigo un rato.
Después de esta lectura casi tengo decidido mi viaje del verano que viene.
Y seguro que no has pasado nada de calor!!!!!!
pepabb ha dicho que…
Nada de calor, muy fresquita, un paisaje espectacular y una atmósfera pacífica y sosegada. Sería fantástico quedarse allí todo el verano.