"Escribir es una manera de construir sueños" M. Duras
A veces me olvido. Entonces B., con sus enormes ojos sonrientes me susurra:
-Hoy toca poesía.
-Gracias, secretaria, tienes razón.
Abro el cuaderno y les recito los versos del miércoles.
Apenas dos semanas después de comenzar le curso les pedí que me describieran. En todas las descripciones yo era guapa y delgada.
-¡Qué pandilla de mentirosos y mentirosas!, les recriminé entre risas.
Pero Lu, pequeña sabia de 10 años, me descubrió:
-Mi maestra es bloguera y le gusta la poesía.
Durante este curso estudiaremos a Federico García Lorca. Cada miércoles leemos versos, desentrañamos el sentido de las palabras, admiramos metáforas y nos dejamos impregnar por el ritmo, la rima, la música y la magia del lenguaje poético.
Es preciso escribir los versos con letra clara, en una hoja nueva del cuaderno e ilustrarlos con un dibujo que los represente, como si se tratara de un rito.
Me admiro de la pasión con que recitan cada miércoles, veinticinco manos alzadas pidiendo la palabra.
Nunca entendí las reticencias de la escuela primaria a introducir el lenguaje poético, como si estuviera reservada a los sesudos comentarios de texto del bachillerato.
La poesía, una de las primeras manifestaciones artísticas del ser humano, unida a los cantos en torno al trabajo, a las fiestas, y a las cosechas conecta con la infancia a través de la rima, de la sonoridad.
Ya lo dijo Gabriel Celaya: “Poesía necesaria como el pan de cada día”.
El único objetivo que me planteo es disfrutar con el lenguaje, percibirlo como algo cotidiano, cercano. De ahí mi interés por relacionarlo con los meses del año, con las estaciones. También por mostrar a poetas y poetisas como personas cercanas.
Y este goteo constante y pertinaz da sus frutos. Lo comprobé hace veinte años, cuando participé en el proyecto Poetas en el aula y lo volví a confirmar el curso pasado.
En mi aula de sexto, por grupos tenían que buscar poemas sobre el otoño, presentarlos y defenderlos ante la clase. Uno de los grupos eligió Lluvia de otoño de Juan Ramón Jiménez:
El agua lava la yedra;
Rompe el agua verdinegra;
El agua lava la piedra…
Y en mi corazón ardiente,
Llueve, llueve dulcemente
De repente, en medio del trajín de la clase, F. se levantó para contarnos su descubrimiento:
-Este hombre está siempre deprimido. ¿No veis que realmente nunca habla de los paisajes ni del tiempo? Solo habla de sí mismo, de sus sentimientos.
Este último miércoles, una vez más se cumplió la magia poética. Estábamos leyendo estos versos de Federico:
El otoño ha dejado ya sin hojas
Los álamos del río.
El agua ha adormecido en plata vieja
El polvo del camino.
Intentábamos definir el paisaje descrito:
-Triste, gris, tranquilo, decían.
Miramos por la ventana y el cielo estaba gris, anunciando tormenta. Solo faltaban los álamos y el río.
Pronto, muy pronto, aparecerán los trozos de papel con versos sobre mi mesa. Al principio, tímidamente, en hojas arrugadas. Más tarde, con la seguridad de quien lleva dentro la poesía.
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