"...Yo pienso
en cómo ha pasado el tiempo
y te recuerdo así."
Gil de Biedma
Cervantes definió hace más de quinientos años la relación entre lectura y viajes (El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho). Al leer y viajar intentas, de alguna manera, experimentar otras vidas, convertirte en otra persona diferente a la que habitas cada día.
En una sola existencia carecemos del tiempo suficiente para leer todos los libros o para viajar a todos los lugares que desearíamos. Son escasos los libros que releemos, solo aquellos que amamos apasionadamente. Mientras queden paisajes por contemplar, caminos que recorrer, ciudades donde perderse, parece una insensatez regresar a un lugar que ya visitaste.
Hace diecinueve años pasé un par de días en Amsterdam. La ciudad me dejó un grato recuerdo: calles tranquilas, paseos entre canales, bicicletas y jóvenes sentados en el suelo de la plaza Dam. Aunque el famoso Barrio Rojo me pareció deplorable. Las mujeres exhibiéndose como mercancía en los escaparates es un espectáculo vergonzoso que malogra el espíritu tolerante del que hacen gala los habitantes de Amsterdam
Este verano encontré aún más bicicletas: baratas, sencillas, de colores estridentes, tuneadas, con carritos para niños y niñas, con cesto, ... Muchas de ellas tenían por cesto un cajón para frutería con alguna flor a modo de adorno. Me llamaba la atención que transportaran en ellas toda clase de artículos. Una vez nos detuvimos a contemplar a una señora que tras cargar la compra del supermercado instaló sobre las bolsas una caja de veinticuatro botellines de cerveza Heineken.
También hallé mucha más gente, quizás porque era agosto o porque coincidió con el Festival del Orgullo Gay. Había personas de todas las razas, de todos los colores, hablando en todos los idiomas imaginables, visitantes, turistas, nativos,... Era un espectáculo sentarse en una de las miles de terrazas, por ejemplo en Rembrandt Plein, y asistir al continuo desfile de seres humanos.
Disfruté especialmente en el Museo histórico de Amsterdam que con un enfoque muy contemporáneo, consideraba al pueblo llano el protagonista de la historia. El museo reivindica el carácter multicultural de la ciudad, aportando biografías de inmigrantes de todas las latitudes que han construido Amsterdam a lo largo de su existencia. Es una pena que ese espíritu se vea contrariado por el auge de la extrema derecha xenófoba en las últimas elecciones.
También presta atención al pequeño comercio tradicional, las tiendas de barrio, en un intento por rescatarlos del olvido. Me pareció un objetivo loable, puesto que últimamente paseas por las zonas comerciales y tienes la impresión de que no has cambiado de ciudad, siempre los mismas cadenas comerciales y las mismas marcas.
En Holanda sienten predilección por las plantas. El mercado de las flores es visita obligada para cualquier turista que se precie. A pesar de no ser época de tulipanes las plantas estaban presentes por doquier. Las encontrábamos en los áticos, en improvisados jardines a las puertas de las casas, como centros de mesa en las cafeterías u ornamento de bicicletas.
A través de las ventanas sin rejas ni persianas, muchas de ellas desprovistas de cortinas o visillos, se asomaban multitud de macetas. Se veían habitaciones confortables con estanterías abarrotadas de libros, lámparas con luces tenues que invitan al sosiego.
Ante tal despliegue de confort hogareño, ¿qué hubiera opinado el pobre Rembrandt que no pudo hacer frente a la hipoteca y fue desahuciado?
No es éste un mal sitio para vivir, pensaba mientras estaba allí. Sobre todo en verano, porque lo de patinar por los canales en invierno no creo que me llegase a convencer nunca.
Tampoco aprender holandés debe ser tarea fácil. Durante nuestra estancia bromeábamos a propósito de las pocas palabras que pudimos aprender en neerlandés. Sin embargo, nos quedó muy claro que Amsterdam se pronuncia con el acento en la última sílaba.
Con un idioma de pocos hablantes resulta indispensable dominar otras lenguas. Por supuesto, todo el mundo se defendía en inglés. Era encomiable que intentasen hacer un esfuerzo por comunicarse en tu propia lengua, desde el camarero a la dependienta, pasando por el guardia de seguridad, a veces en una mezcla de italiano-español-portugués bastante divertida, que siempre hemos agradecido. Porque una de las mayores ventajas de hacer turismo es oír otros acentos y chapurrear otras lenguas.
Un 40% de los habitantes Holanda se declara sin religión y yo me cuestiono si no será ese el motivo por el que se respira sensación de libertad, de paz.
Ni siquiera la multitud que abarrotó las calles durante el fin de semana que duró el Festival del Orgullo Gay consiguió que me abordara el miedo, la inquietud que te producen otras ciudades.
Mi hija C. me preguntó qué significaba pertenecer a un país. Según ella, tu país es el lugar donde está tu familia. Le contesté que yo pensaba igual que ella y por eso no mi importaba ir a cualquier parte si era en su compañía.
Varios días después de regresar, bajamos a Sevilla. Nunca dejo de admirar la belleza de esta ciudad, de una hermosura hiperbólica, como si recorrieras un gigantesco decorado. Desde que visité Amsterdam por primera vez deseé que Sevilla fuera una ciudad para las personas, sin coches, sin humos, sin ruidos. Por suerte, el hábito de la bicicleta se ha ido imponiendo. Sin embargo, los coches vuelven a transitar de nuevo junto a las cadenas de la catedral.
En realidad me hubiera gustado ser una intrépida viajera, establecerme durante un tiempo en otros países, impregnarme de otras culturas, ser políglota. Aunque no me puedo quejar, solo he conseguido practicar el turismo veraniego.
Nunca sabes cuál será el último libro que leerás, ni el último viaje que emprenderás. Jamás hubiera imaginado que regresaría a Amsterdam después de diecinueve años. Ojalá pueda volver dentro de otros tantos y con la misma compañía.
PD: No he hablado del Museo Van Gogh, ni del Rikjmuseum, ni de Volendam... porque esto no es una crónica de viajes normal.
Comentarios