Mientras habla, apenas la mira. Gira continuamente la cabeza, sin perder de vista a las criaturas a las que entrena. De vez en cuando detiene el diálogo con un gesto y se dirige a la pequeña cabeza que surge del agua.
X es un gran conversador. Enhebra las palabras con la musicalidad propia de Sudamérica, salpicando su discurso de expresiones y vocablos desconocidos. Le preocupa los adolescentes con los que trata a diario y comparte sus inquietudes con ella. Su interlocutora admira su capacidad para comprender a los jóvenes, motivarles sin presión, respetar sus prioridades, porque los ve como personas en su globalidad, más allá del plano deportivo.
X también es padre y como tal, pregunta a ella por sus hijas, sobre todo la mayor, que este curso tiene muy abandonado el deporte.
-”El bachillerato, ya sabes, es muy duro. La niña ha elegido ciencias. Aunque le ha ido bien en el nuevo instituto, no para de estudiar y no tiene tiempo de venir al polideportivo”.
-”Mi hijo también hace primero de bachillerato. El bachillerato tecnológico. De veintitrés que empezaron el curso ya solo quedan once. Mi niño ha jalado. Sólo salieron bien cinco compañeros. El mío jaló seis asignaturas. Fui a hablar con la tutora. Me dijo que en el instituto preparan para la Universidad. ¿Para la Universidad?, le pregunté. Eduquen para la vida, oiga. ¿Todos tenemos que ser científicos? ¡La Universidad! La semana pasada postulé yo para la Universidad. ¿Es eso tan importante?”
Ella piensa que X tal vez se presentó a una prueba de acceso a la Universidad para mayores, pero no quiere interrumpirlo.
-¿Y la disciplina? ¿No se dan cuenta que los tratan igual que hace veinte años? También hablé con la orientadora. ¿Qué expectativas tiene con el niño? Me preguntó. Yo, lo que quiero es que sea una buena persona, respondí, y que sea feliz. Pero no se preocupe, oiga, que de eso ya nos ocupamos en el hogar. Y la orientadora se puso a explicarnos los módulos que se impartían en el instituto. Eso no le gusta al niño, le dije, usted tendrá que tener en cuenta sus intereses para orientarlo”.
X se pone nervioso. Abre y cierra el móvil constantemente, mirando la pantalla, al mismo tiempo que observa a las pequeñas cabezas que dan brazadas.
-”Ahora dice que se quiere ir al ejército. Pero hijo, ¿recorriste quince mil kilómetros para entrar en el ejército? Tu madre y yo estamos aquí apoyándote... Lo han desmotivado y lo único que quiero es que no se amargue. ¿Evaluación del alumnado? ¿Y ustedes no se evalúan? Pregunté a la tutora ¿No se da cuenta el centro que está fallando, que los profesores están fallando? Me tuve que contener para no decirle que ella tampoco estaba cumpliendo con su trabajo. En suma, que repita, que el próximo curso se cambie a la rama de Sociales, ya intentaremos que no se venga abajo. A la niña, que está en cuarto, le ha ido bien, solo ha jalado inglés”
Ella, que es madre y docente, se despide de X, con la certeza de haber presenciado una lección de pedagogía, con la secreta intención de transcribir el discurso de este padre preocupado pero cargado de sentido común.
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