Ante las denuncias recibidas por los usuarios/as de la línea Tomares- Sevilla M.J. P., C.N.G. y R.G.L, nos vemos en la obligación de redactar el siguiente informe:
Siendo la 22 horas del día 18 de julio de 2009, el conductor G. C. M. se encontraba realizando el servicio anteriormente citado.
La noche era cálida y soplaba viento de levante. Como era su último servicio antes de las vacaciones, Genaro estaba tranquilo. La brisa parecía impregnada de sal y sonrió al recordar el nombre de la urbanización donde si situaba la próxima parada: Aljamar, rotonda del Agua.Según el testimonio de los/as denunciantes, el conductor permitió subir sin pagar a una mujer en la Glorieta del Agua de Tomares. Dicha señora presentaba un aspecto desaliñado.Surgió bajo las moreras, sus pies descalzos manchados de la tinta azul de las moras. Abrió sin pensar y la dejó subir a pesar de que no tenía tarjeta, cartera, bolso o monedero que hicieran prever que abonaría el importe del billete. Sólo llevaba un vestido amarillo que se ajustaba a su cuerpo de hermosas curvas, la larga melena negra cayendo como una cascada sobre los hombros y el pronunciado escote…
Cada mañana, tomaba el autobús en la misma parada, a las siete y media. Al bajar en Plaza de Armas montaba en una bicicleta del servicio metropolitano, colocaba el bolso en la cesta y enfilaba el carril bici paralelo al río. A Genaro le llamaba la atención el enorme bolso y sonreía al verla cambiar los tacones por unos zapatos deportivos. Puntual, antes de las tres, entregaba la bicicleta y bajaba en la misma glorieta.Al pasar junto a la parada del Instituto Néstor Almendros no detuvo el autobús, aunque había personas bajo la marquesina. Este hecho se repitió en las paradas siguientes. Los usuarios/as conminaron al conductor a desistir de su actitud, pero en ningún momento fueron escuchados.La mujer del vestido amarillo se sentó, con los pies descalzos, en uno de los asientos delanteros. Nadie le dirigía la palabra, nadie la miraba. Del autobús se adueñó un silencio sólido. Pensó en los años de trabajo, en su expediente inmaculado. Pensó en los atascos en el Puente del Cachorro, en las interminables obras de la autovía.
El semáforo estaba en verde y creyó que era una señal. El silencio estalló en gritos. Los coches se apartaban a su paso. Miró de soslayo las aguas negras del río y se encomendó al Señor de Triana.
Al llegar a la autovía, la policía de tráfico le dio el alto, orden que no fue atendida hasta alcanzar la puerta de la comisaría en la Avenida de Blas Infante, constatándose que el conductor no estaba bajo los efectos del alcohol.
Cuando ella se apeó, un hilo rojo de sangre se abría paso bajo el vestido amarillo y descendía por la pierna hasta alcanzar su pie desnudo.Las causas de tal conducta son desconocidas, puesto que el conductor únicamente declara:
- El autobús es un servicio público.
Siendo la 22 horas del día 18 de julio de 2009, el conductor G. C. M. se encontraba realizando el servicio anteriormente citado.
La noche era cálida y soplaba viento de levante. Como era su último servicio antes de las vacaciones, Genaro estaba tranquilo. La brisa parecía impregnada de sal y sonrió al recordar el nombre de la urbanización donde si situaba la próxima parada: Aljamar, rotonda del Agua.Según el testimonio de los/as denunciantes, el conductor permitió subir sin pagar a una mujer en la Glorieta del Agua de Tomares. Dicha señora presentaba un aspecto desaliñado.Surgió bajo las moreras, sus pies descalzos manchados de la tinta azul de las moras. Abrió sin pensar y la dejó subir a pesar de que no tenía tarjeta, cartera, bolso o monedero que hicieran prever que abonaría el importe del billete. Sólo llevaba un vestido amarillo que se ajustaba a su cuerpo de hermosas curvas, la larga melena negra cayendo como una cascada sobre los hombros y el pronunciado escote…
Cada mañana, tomaba el autobús en la misma parada, a las siete y media. Al bajar en Plaza de Armas montaba en una bicicleta del servicio metropolitano, colocaba el bolso en la cesta y enfilaba el carril bici paralelo al río. A Genaro le llamaba la atención el enorme bolso y sonreía al verla cambiar los tacones por unos zapatos deportivos. Puntual, antes de las tres, entregaba la bicicleta y bajaba en la misma glorieta.Al pasar junto a la parada del Instituto Néstor Almendros no detuvo el autobús, aunque había personas bajo la marquesina. Este hecho se repitió en las paradas siguientes. Los usuarios/as conminaron al conductor a desistir de su actitud, pero en ningún momento fueron escuchados.La mujer del vestido amarillo se sentó, con los pies descalzos, en uno de los asientos delanteros. Nadie le dirigía la palabra, nadie la miraba. Del autobús se adueñó un silencio sólido. Pensó en los años de trabajo, en su expediente inmaculado. Pensó en los atascos en el Puente del Cachorro, en las interminables obras de la autovía.
El semáforo estaba en verde y creyó que era una señal. El silencio estalló en gritos. Los coches se apartaban a su paso. Miró de soslayo las aguas negras del río y se encomendó al Señor de Triana.
Al llegar a la autovía, la policía de tráfico le dio el alto, orden que no fue atendida hasta alcanzar la puerta de la comisaría en la Avenida de Blas Infante, constatándose que el conductor no estaba bajo los efectos del alcohol.
Cuando ella se apeó, un hilo rojo de sangre se abría paso bajo el vestido amarillo y descendía por la pierna hasta alcanzar su pie desnudo.Las causas de tal conducta son desconocidas, puesto que el conductor únicamente declara:
- El autobús es un servicio público.
Comentarios
Muy crudo, eso sí.
Besos
Carmela