Cuando C. tenía ocho años leía muchos cómics, sobre todo de Astérix, porque en su casa tenían la colección completa. Su preferido se titulaba La Zanja y había memorizado párrafos y diálogos. ¡Se la veía tan pequeña subiendo y bajando de la litera con el libro tan grande bajo el brazo…! Se acostaba, se levantaba, desayunaba, almorzaba y cenaba con el libro. Hasta tal punto estaba obsesionada que su madre tuvo que prohibir que lo pusiera encima de la mesa.
La madre de C. pensaba que su hija pasaría a la siguiente etapa, es decir, a los libros infantiles, como un proceso natural. Pero no fue así y tuvo que establecer un horario diario para la lectura.
Para la madre de C., los libros son el más preciado de los tesoros, su salvavidas en los momentos difíciles, el interlocutor que siempre la comprende.
En los veranos de su infancia, su madre –la abuela de C.- se ocupaba de que aprendiera las tareas “propias de su género”. Cada mañana debía barrer, limpiar el polvo, fregar el suelo,… Tardaba una eternidad, porque ella se perdía por los rincones, escondida en las viñetas del Capitán Trueno y del Jabato, sorprendida por el aburrimiento de la reina de Thule, con su piel tan blanca, que esperaba al héroe en su frío palacio del norte.
La madre de C. piensa que tal vez se esté equivocando. Si la obliga a leer, su hija puede aborrecer la lectura como ella aborreció la aguja. Se consuela pensando que, al menos, adquirirá la competencia lectora necesaria para desenvolverse en el instituto y en la vida.
Eso mismo debió pensar su propia madre cuando se empeñaba en que aprendiera a coser, pespuntear, sobrehilar, bordar, hacer punto de cruz y vainica. Mientras tanto, al primer descuido, ella se sumergía en el libro que escondía bajo la labor de costura. El tedio y el calor de aquellos veranos infinitos no le afectaban porque se embarcaba con el Corsario Negro y emprendía trepidantes aventuras por los Mares del Sur.
El caso de C. es distinto: viajes al extranjero, vacaciones en la playa, campamentos… Y además están la tele, las películas, la DS, la Play, el Messenger, el Youtube,…
-Hay otras formas de ocio. La lectura sigue siendo el instrumento fundamental para adquirir conocimiento pero ya no es el único y no sabemos lo que nos deparará el futuro. La madre de C. intenta conformarse.
Hace unos días, C. ha acabado el libro que estaba leyendo sin oponer demasiada resistencia y ha adquirido otro en la librería EL Principito de Islantilla.
La madre de C. pensaba que su hija pasaría a la siguiente etapa, es decir, a los libros infantiles, como un proceso natural. Pero no fue así y tuvo que establecer un horario diario para la lectura.
Para la madre de C., los libros son el más preciado de los tesoros, su salvavidas en los momentos difíciles, el interlocutor que siempre la comprende.
En los veranos de su infancia, su madre –la abuela de C.- se ocupaba de que aprendiera las tareas “propias de su género”. Cada mañana debía barrer, limpiar el polvo, fregar el suelo,… Tardaba una eternidad, porque ella se perdía por los rincones, escondida en las viñetas del Capitán Trueno y del Jabato, sorprendida por el aburrimiento de la reina de Thule, con su piel tan blanca, que esperaba al héroe en su frío palacio del norte.
La madre de C. piensa que tal vez se esté equivocando. Si la obliga a leer, su hija puede aborrecer la lectura como ella aborreció la aguja. Se consuela pensando que, al menos, adquirirá la competencia lectora necesaria para desenvolverse en el instituto y en la vida.
Eso mismo debió pensar su propia madre cuando se empeñaba en que aprendiera a coser, pespuntear, sobrehilar, bordar, hacer punto de cruz y vainica. Mientras tanto, al primer descuido, ella se sumergía en el libro que escondía bajo la labor de costura. El tedio y el calor de aquellos veranos infinitos no le afectaban porque se embarcaba con el Corsario Negro y emprendía trepidantes aventuras por los Mares del Sur.
El caso de C. es distinto: viajes al extranjero, vacaciones en la playa, campamentos… Y además están la tele, las películas, la DS, la Play, el Messenger, el Youtube,…
-Hay otras formas de ocio. La lectura sigue siendo el instrumento fundamental para adquirir conocimiento pero ya no es el único y no sabemos lo que nos deparará el futuro. La madre de C. intenta conformarse.
Hace unos días, C. ha acabado el libro que estaba leyendo sin oponer demasiada resistencia y ha adquirido otro en la librería EL Principito de Islantilla.
Después de desayunar se vuelve a tumbar en la cama para leer su nuevo libro; se baja a la piscina con él. Mientras sus hermanas juegan en el rompeolas, ella permanece bajo la sombrilla absorta en la lectura.
Todas las personas expertas coinciden en que la adolescencia es la edad crucial para adquirir la afición por la lectura.
La madre de C. no quiere hacerse ilusiones. La mira de reojo y cruza los dedos de las manos y de los pies.
Todas las personas expertas coinciden en que la adolescencia es la edad crucial para adquirir la afición por la lectura.
La madre de C. no quiere hacerse ilusiones. La mira de reojo y cruza los dedos de las manos y de los pies.
Comentarios
Luego pasé una etapa en que no leía nada. Excepto Esther (vaya panorama, estaba echándome a perder)
Son rachas, y si le ha gustado de pequeña le gustará la lectura también de mayor.
Sólo hace falta tener entre manos un libro que te enganche. Dale "Viento del Este, viento del Oeste", seguro que flipa en colores.
Que raro que de pronto cuando era niña le gustaba y cuando era ya un poco mas mayor no tanto.
Esta bien aficionarse a la lectura, pero sin pasarse porque luego te acabas camsando.
Te lo digo por experiencia.
Y lo de coser y hacer las labores de casa esta bien que su abuela le mandara hacer recados ya que era su casa no la casa de la madre de C.
Pero con este último no me canso de leer y releer, emocionarme y sonreír al mismo tiempo. Me hace sentir importante saber que formo parte de la historia de la de vida de una persona tan excepcional como sus escritos.