Si viajas a Irlanda en verano, de una sola cosa puedes estar segura: nunca vas a acertar con el tiempo. Si amanece un sol radiante y el cielo despejado, antes del lunch te tienes que comprar un paraguas en cualquier tienda de souvenirs, con la ventaja añadida de que ya tendrás un bonito de recuerdo de Irlanda en forma de paraguas verde adornado de tréboles.
Si por el contrario, el día se despierta nublado, cae una fina lluvia y no te llevas las gafas de sol, pero cargas con impermeables y paraguas, te pasarás el día soportando un peso inútil y añorarás la protección de tus ojos.
Una segunda visita fugaz a la isla esmeralda y algunas lecturas previas te dejan con una duda: ¿Quién ha hecho más daño a los habitantes de este país: el Imperio Británico (800 años de presión), la iglesia católica o la cerveza Guiness?
Particularmente, me inclino por la última causa, habida cuenta que la familia Guiness es la más rica de Irlanda, junto a la Jameson (whiskey) y últimamente Bono, de U2.
La música es otro tema importante. Sin lugar a dudas, lo mejor de Dublín es pasear por las calles y encontrar a cada paso músicos de distinto género, conciertos improvisados en el Temple Bar o a las puertas del mismísimo Banco de Irlanda. Aquí todavía sobreviven las tiendas de discos y los violines de la música céltica conviven con las guitarras eléctricas. No hay que olvidarse de fotografiar a los músicos callejeros, una no sabe si dentro de un tiempo estará bajándose sus canciones de Internet.
En cuanto a la literatura, este país tiene prestigio por sus poetas y escritores y no es extraño si observamos las hermosas y bien provistas bibliotecas. Sienten veneración por Jonathan Swift que sufrió la incomprensión por su agria crítica social; James Joyce, al que nadie ha leído y se autoexilió con 22 años; Samuel Beckett, que escribía en francés y renegaba de Irlanda; y sobre todo, de O. Wilde, que padeció dos años de cárcel por su homosexualidad y murió solo y miserable en París.
Estos días, en la prensa, aparecieron unas declaraciones del actor Liam Nessom en las que decía que, tras la muerte de su esposa, había decidido convertirse en americano.
Todo esto me plantea una pregunta: ¿Es aún Irlanda un país para añorar porque no se puede vivir en él?
Hemos salido a hacer algunas excursiones fuera de Dublín, a este paisaje con todas las tonalidades del verde, entre ovejas y vacas pastando.
Las montañas de Wicklow, escenario de películas como Braveheart y Excalibur, mantienen lugares míticos como Glendalouch, donde se retiró a meditar Saint Kevin (no es un chiste de Los Morancos, así se llama el segundo santo más importante en el ranking irlandés después de Saint Patrick).
Desde el faro del pueblo pesquero de Howth se divisa una espléndida panorámica de la bahía de Dublín.
El castillo normando de Malahide, con sus cuidados jardines, nos demuestra una vez más que los ricos siempre han vivido tan ricamente, con buenas chimeneas, habitaciones con vistas y confortables bibliotecas.
En apariencia, en este país se vive bien: buenos coches, buenas casas,… Pero me leí Las cenizas de Ángela antes de ir y en cada borracho que zigzaguea por las calles creo ver al padre de McCourt; cada vez que tomo un té me acuerdo de la pobre Ángela, que hervía una y otra vez las mismas hojas de té: y me acuerdo de Francis Mc Court, que ahorró moneda tras moneda para poder emigrar de la bella y dulce Irlanda.
Si por el contrario, el día se despierta nublado, cae una fina lluvia y no te llevas las gafas de sol, pero cargas con impermeables y paraguas, te pasarás el día soportando un peso inútil y añorarás la protección de tus ojos.
Una segunda visita fugaz a la isla esmeralda y algunas lecturas previas te dejan con una duda: ¿Quién ha hecho más daño a los habitantes de este país: el Imperio Británico (800 años de presión), la iglesia católica o la cerveza Guiness?
Particularmente, me inclino por la última causa, habida cuenta que la familia Guiness es la más rica de Irlanda, junto a la Jameson (whiskey) y últimamente Bono, de U2.
La música es otro tema importante. Sin lugar a dudas, lo mejor de Dublín es pasear por las calles y encontrar a cada paso músicos de distinto género, conciertos improvisados en el Temple Bar o a las puertas del mismísimo Banco de Irlanda. Aquí todavía sobreviven las tiendas de discos y los violines de la música céltica conviven con las guitarras eléctricas. No hay que olvidarse de fotografiar a los músicos callejeros, una no sabe si dentro de un tiempo estará bajándose sus canciones de Internet.
En cuanto a la literatura, este país tiene prestigio por sus poetas y escritores y no es extraño si observamos las hermosas y bien provistas bibliotecas. Sienten veneración por Jonathan Swift que sufrió la incomprensión por su agria crítica social; James Joyce, al que nadie ha leído y se autoexilió con 22 años; Samuel Beckett, que escribía en francés y renegaba de Irlanda; y sobre todo, de O. Wilde, que padeció dos años de cárcel por su homosexualidad y murió solo y miserable en París.
Estos días, en la prensa, aparecieron unas declaraciones del actor Liam Nessom en las que decía que, tras la muerte de su esposa, había decidido convertirse en americano.
Todo esto me plantea una pregunta: ¿Es aún Irlanda un país para añorar porque no se puede vivir en él?
Hemos salido a hacer algunas excursiones fuera de Dublín, a este paisaje con todas las tonalidades del verde, entre ovejas y vacas pastando.
Las montañas de Wicklow, escenario de películas como Braveheart y Excalibur, mantienen lugares míticos como Glendalouch, donde se retiró a meditar Saint Kevin (no es un chiste de Los Morancos, así se llama el segundo santo más importante en el ranking irlandés después de Saint Patrick).
Desde el faro del pueblo pesquero de Howth se divisa una espléndida panorámica de la bahía de Dublín.
El castillo normando de Malahide, con sus cuidados jardines, nos demuestra una vez más que los ricos siempre han vivido tan ricamente, con buenas chimeneas, habitaciones con vistas y confortables bibliotecas.
En apariencia, en este país se vive bien: buenos coches, buenas casas,… Pero me leí Las cenizas de Ángela antes de ir y en cada borracho que zigzaguea por las calles creo ver al padre de McCourt; cada vez que tomo un té me acuerdo de la pobre Ángela, que hervía una y otra vez las mismas hojas de té: y me acuerdo de Francis Mc Court, que ahorró moneda tras moneda para poder emigrar de la bella y dulce Irlanda.
Comentarios
Yo creo que la cerveza, por muy buena que esté, deja de estar buena cuando se pasan unos límites que te convierten en basurilla humana y ya no te deja darte cuenta de que estás vivo o viva.
Yo creo que primero es la opresión, la humillación y la culpa, y luego la Guiness para olvidar. O el sexo, los novios, las fotonovelas, el trabajo... hay tanto recurso para tapar la mugre vital... :(
Lo importante: Qué bonito lo has escrito. gracias, guapa ;)
De todas formas hay que ir, y si eres aficionado/a a la música es de obligado cumplimiento.
Gracias.
Enhorabuena. hasta el momento es el resumen mas cocreto para descubrir Dublin y sus alrededores que he encontrado en la red.
Me gustaría que escribieras algo sobre la gastronomía del lugar para mi blog.
Gracias.
http://www.gastronomia-cotidiana.com
Perdona que no haya publicado antes tu comentario.