El viento de Levante sopla con furia. Durante la noche acompañó nuestros sueños y nos acercó el bramido del mar, como si las olas se arremolinaran en el jardín.
La vida avanza a grandes zancadas. A veces, parece un circuito de velocidad donde pugnamos por adelantar al contrario. Pero Zahora permanece, en apariencia, inalterable.
La carretera que baja al Sajorami, los estrechos caminos de tierra, sombreados de acebuches y pinos, se amparan entre muros que nunca volverán a resguardar viejas casas rodeadas de huertos.
Ahora esconde pequeñas pero bien pertrechadas casas de veraneo. Los huertos dejaron paso a jardines con porche y Mercedes bajo el emparrado.
Permanecen el faro y las rocas desnudas por la bajamar. Y el mar en todos los tonos de azul. Y la arena fría. Y la luz de Cádiz. Y este Levante que todo los enreda y todo lo aclara.
Quedamos nosotras, aunque no seamos las mismas.
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