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Mostrando entradas de 2018

Citas para un nuevo año

Desde Orihuela, me envía R una foto. Las puertas de cristal de la antigua lonja, hoy auditorio, se abren con los versos del poeta nacido en esta tierra “Tristes armas si no son las palabras” -Me emociono, le digo.  No solo por los versos, sino porque pensó en mí al leerlos y captó la imagen para esta amiga que lo agradece. Las palabras de Miguel Hernández adquirieron especial protagonismo este año que acaba, en forma de versos, teatro, canciones o caligramas. Satisfecha me sentí tras saldar una parte de la deuda contraída con el poeta de Orihuela. Hubo otros libros, otras historias, otras novelas. Como lectora caótica, no tomo nota ni escribo al margen. A veces, hago una foto de una página que me interesa; subrayo en el libro electrónico; copio en el bloc de notas del móvil; escribo a lápiz o bolígrafo en una libreta que siempre pierdo. Del libro electrónico rescaté: “Esta guerra fue la consecuencia de las reacciones de unos neardentales con capacidades emocionales s

La peste y las ratas

Entre mis libros habita un viejo ejemplar de La Peste de Camus. Tal vez se esconda en alguna estantería demasiado alta para mí, tras otra fila de libros. Se trata de un libro de bolsillo de la editorial Gallimard, forrado de plástico transparente. Como no es un libro de pasta dura y cuidada encuadernación, carece del derecho de ocupar un lugar de honor en la estantería del salón. Pero hubo un tiempo en que ese libro en francés formó parte de mis escasos tesoros. Una tarde que olía a castañas asadas caminé en peregrinación por la calle Don Remondo, hasta la librería Montparnasse, lugar que yo veneraba como un santuario del saber y la literatura. Allí adquirí Les Justes, Madame Bovary, L’étranger o La Peste , volúmenes que Doña Esther, nuestra profesora de francés, nos obligaba a leer para sus clases mortecinas. Desde entonces, me persigue la sombra de Joseph Grand, el hombre sencillo, que cumple con su obligación de ciudadano sin perseguir la heroicidad.   Empeñado en alc

Mantra contra Tejerina

Los viernes después del recreo tienen Ciudadanía. -Es la asignatura más interesante del curso, porque aprenderemos a pensar y a convertirnos en buenas personas- advirtió la maestra el primer día de clase.   Educación para la Ciudadanía en quinto de Primaria era uno de los pocos objetos que la Junta de Andalucía se había dignado rescatar de la gran hoguera en la que la LOMCE había quemado la educación pública. -Hoy, en Ciudadanía, trabajaremos nuestra autoestima-explica la maestra. Toda la clase se coloca a la espalda un folio blanco sujeto con celo y escribe las virtudes de los demás. El aula se transforma en un barullo de risas y agrupamientos imposibles. Los rotuladores de colores van construyendo un mundo de palabras: guapo, lista, generosa, amable, el mejor amigo, la mejor compañera, divertida, gracioso, listo, el mejor jugando al "fornite", … A la maestra también le han colocado un papel en la espalda. Los niños y las niñas escriben mientras ella inten

Ruta por los Balcanes

El circuito que hemos contratado no incluía Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina, aunque Mostar sí aparece en la ruta. Llegamos un domingo caluroso, con las temperaturas rozando los 40 grados, a través de un paisaje seco e inhóspito. Nos reciben los primeros bloques de viviendas, con restos de metralla aún en su fachada. En el puente de Mostar se amontona una multitud de turistas. Unos jóvenes se lanzan al río Neretva desde la altura del puente reconstruido. Antes de saltar recaudan dinero entre los curiosos. Paseamos por las calles empedradas que conducen al puente, intentando no caer por el suelo resbaladizo, entre el hormiguero de gente y tiendas de souvenirs, como un zoco de cualquier ciudad musulmana. Las mujeres, sin embargo, no visten hiyab. Solo dos chicas cubiertas con un burka se asoman al pretil de piedra para ver a los muchachos saltar sobre el río Neretva. En algunas tiendas, venden ametralladoras realizadas con balas. Demasiados kilómetros para tan br

La maleta de Ana, de Celia Santos

Dos muchachas ateridas de frío se sientan juntas en un banco de una estación de ferrocarril. Una larga bufanda las acoge y las protege. En el andén de otra estación, aún más al norte, el aire gélido se cuela entre las filas de hombres y mujeres enjutos, de piel quemada por el sol y mirada famélica. Para identificarlos mejor, han colgado a sus cuellos un cartel con un número. Alguien grita contra la infamia de tratar a seres humanos como reses que se dirigen al matadero. En un barracón sin calefacción y con pocas comodidades, dentro del recinto de la fábrica, se alojan inmigrantes que trabajan con el afán de enviar los ahorros a sus hogares. Estas escenas de “La maleta de Ana” pueden suceder en la actualidad en un campo de fresas, en una fábrica textil o en un hotel de cinco estrellas. Podrían ser personas refugiadas huyendo de Siria o subsaharianos que han atravesado todo un continente. Sin embargo, Celia Santos nos relata la vida y miserias de las mujeres españolas emigrada