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Mostrando entradas de 2017

Momentos de alegría

Una amiga prestó a C “El alquimista” de P. Coelho. Al verlo, su madre frunció el ceño, esbozó una sonrisa irónica y arqueó una ceja por encima de la pantalla de la tablet. -Ya sé que tú no crees en la felicidad individual, sin tener en cuenta el bienestar colectivo, pero me lo han recomendado y lo leeré, respondió C antes de refugiarse en su dormitorio. Todo el año se ha oído a C canturrear por la casa: “Qué bello es vivir  cuando me asomo a la ventana  y veo el mundo por la mañana  a mí es que se me alegra el alma  y tengo que sacar el karma  para brindar por esta vida  que está tan bien fabricada” Conocedora de la tasa de paro juvenil, del precio de la vivienda, de la subida de la luz, el desastre catalán o el aumento de las muertes por violencia de género, no se preocupa por su incierto futuro y el complicado reto de la emancipación. En la cena de Nochebuena, C confesó que el concierto de El Kanka fue lo mejor que le había sucedido este año y por ello,

Te escribo

Te lamentas de que no escribo.  Atravesando copas, cafés y tapas, nuestras conversaciones intermitentes van hilvanando el tejido de nuestros relatos. Qué poco escribes, te quejas, mientras depositas en la bandeja un té verde y una cerveza. El bullicio de las mesas de la tarde, las niñas correteando por el parque, las madres disfrutando bajo las sombrillas de los veladores. En este verano de octubre que se anuncia eterno, he olvidado el anhelo de los colores cálidos del otoño, el olor a castañas asadas, el crujido de las hojas secas al paso de mis pies. No me atrevo a guardar las sandalias y las chanclas remolonean junto a mi cama, disputándose el espacio con las zapatillas de felpa. Los armarios aguardan, sin esperanza, el cambio de estación. ¿Por qué no escribes?, me preguntas. Conectas la Tablet y aparece mi última entrada con el color de los verdes prados asturianos. Te hablo del ajetreo de principio de curso, de la novela tan larga que estoy leyendo, de las series

Asturias, el occidente

He necesitado un periodo de adaptación tras sufrir algo parecido a un jet lag climático. Una noche duermes arropada por una manta, enfundada en tu pijama de invierno y la siguiente solo puedes conciliar el sueño envuelta en aire acondicionado. Subimos al norte buscando el aire fresco, la humedad, el verde de los prados. Nos sentimos agotadas por del calor y la aridez inhóspita de la tierra reseca. En Asturias, nos alojamos en Coaña, en una casa rural con vistas a un castro de la Edad de Hierro. Hace años que no subimos al norte en verano. Por eso, este viaje me recuerda a otros lejanos en el tiempo: la primera vez que viajé más allá de la meseta y mis pupilas se quedaron pintadas de verde en plena canícula, al despertar en mi litera del tren; otro verano en Asturias hace más de quince años y las niñas jugando mientras cortaban el heno junto a la casa de Piloña; unas vacaciones en Ziga, en el valle del Batzán, pues desde mi ventana también se veía un valle y por la noche, solo algu